sequia

(Publicado en el diario información el 8 de noviembre de 2017)

Hace algunos años, cuando me encontraba en los primeros días de una estancia académica en Edimburgo, se me ocurrió comentar lo inadecuado que parecía que fuéramos a jugar un partido de fútbol con unos oscuros nubarrones en el horizonte. Uno de mis acompañantes, un grandullón escocés me respondió que “si aquí jugáramos al fútbol solo los días que no llueve, seríamos campeones de ajedrez”.  He de reconocer que me fue difícil acostumbrarme a ver el sol de rato en rato, cuando en Alicante es nuestro habitual acompañante muchas horas de prácticamente todos los días del año. Al contrario que en Escocia, aquí las escasas lluvias parecen trastocar nuestros planes diarios e invitan al recogimiento y a esperar al sol, que sin duda sabemos aparecerá al día siguiente. No obstante, las noticias desoladoras sobre nuestras cada vez más escasas reservas de agua han generado una multitud de pensamientos, el primero de ellos el mirar el cielo esperando y casi deseando que aparezcan unos grises nubarrones estilo escocés que viertan en los lugares adecuados millones de gotas de lluvia.

Los otros sentimientos que corren riesgos de aflorar son como los generados tras la polémica acaecida en un reality show de televisión, donde uno de los participantes, parece que agricultor murciano, se alegraba de las inundaciones que ocurrían en el norte de España a los que culpaba de falta de solidaridad con la España del sur, muy necesitada del agua que se vierte en el mar kilómetros arriba.

Mientras tanto, según apuntan los expertos nos encaminamos en España hacia la peor sequía de los últimos veinte años. Desgraciadamente, parece que las acciones gubernamentales para paliar sus efectos son más parecidos a los de contratar a un hechicero comanche para que baile la danza de la lluvia que a acciones seriamente planificadas. Así, asistimos a todo tipo de charlas, mesas sobre el agua sin ninguna acción concreta salvo la de dejar nuestro futuro en las manos de unas desaladoras en las que ni siquiera se invierte todo lo necesario para que sean eficaces. Parte de este problema lo generó la ministra socialista Cristina Narbona cuando puso todas las nueces en la cesta de las desaladoras sin pensar que éstas no eran la solución completa real.

En unas jornadas, organizadas por el colegio de obras públicas, pude compartir mesa y mantel, a la par que una interesante conversación con un israelita experto en desaladoras. Fue curioso lo que me dijo dada su especialidad, afirmaba que dados los recursos agua de nuestro país, las desaladoras nunca deberían ser la solución global al problema de la falta de la misma, sino más bien una solución complementaria a otras alternativas como pudieran ser los transvases.

Pero en España, transvase ahora parece ser una palabra tabú que hasta ha desaparecido de todos los programas electorales del Partido Popular desde que Mariano Rajoy es candidato.  Y esto es todavía más llamativo si lo comparamos con la España tensa de 1934, donde políticos de signo antagónico fueran capaces de ponerse de acuerdo en realizar propuestas nacionales para la gestión del agua en nuestro país, tal como me comentaba recientemente, un auténtico referente en el tema como es el catedrático de nuestra universidad Antonio Gil Olcina.

También es curioso que mientras los trasvases a Portugal triplican lo pactado, a Alicante y Murcia se nos regatea cada gota de agua que llega a nuestras provincias. Yo no quiero que el sentimiento del participante del reality show se extienda en una sociedad cada vez más sensible al tema. Yo preferiría que la sequía desapareciera y que nuestra provincia fuera por fin una huérfana de la sequía. Pero parece que los expertos indican que esto no va a ser así, por lo que hay que abordar el problema del agua, no desde las tripas, sino desde la razón, y por supuesto mucho menos desde el odio sino desde la generosidad. Por último, cabe decir, que una vez consensuada una solución, dada su segura complejidad llevará mucho tiempo llevarla a cabo y hay que ponerse a implementarlas cuanto antes, como decía mi padre “Dia que pasa, día que ya no vuelve”.

 

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