Siempre es bueno recordar a Aldous Huxley y su novela “un mundo feliz” para comprender parte de lo “incomprensible” que forma parte de nuestro mundo. Huxley retrataba un mundo donde con la ayuda del “soma”, una droga tranquilizante, la gente superaba cualquier problema y era permanentemente feliz. Era una felicidad relativa, ya que se conseguía eliminando otros aspectos de la vida como la cultura y el amor entre otros, que ahora mismo serían difícilmente prescindibles. Al final, el mundo feliz que retrataba Huxley era un mundo de castas en el que todos tienen que asumir su rol para no tener problemas, tal como ocurre en muchos sistemas totalitarios.
Los independentistas llevan creando su mundo feliz en cada una de sus comunidades desde hace mucho tiempo, con el consentimiento del Partido Socialista y del Partido Popular. Todo ello debido en parte a una ley electoral que ha hecho a los independentistas imprescindibles durante demasiado tiempo. Como es bien sabido, los independentistas tenían como objetivo crear su particular mundo feliz a través de la inmersión lingüística en las escuelas y emitiendo un mensaje de odio a todo lo español en los medios de comunicación.
Por ejemplo, en Cataluña, el mundo feliz giraba alrededor del catalán y del odio a lo español. Por un lado, este último era ridiculizado habitualmente y se vinculaba a la etapa en blanco y negro del dictador Franco. Por el otro, lado el catalán se asociaba a la modernidad y la cultura, además de la heroica lucha contra la imposición “durante siglos”. Para esto último no han tenido ningún reparo en reescribir la historia, en ocasiones de forma que se insulta continuamente la inteligencia de cualquier ciudadano mínimamente ilustrado.
Curiosamente, para estos “defensores de la libertad”, defender la libertad de utilizar el español era severamente castigado y controlado. No importa los medios para conseguirlo, desde los “policías” en los recreos de los colegios hasta el desacato a las sentencias del tribunal supremo sobre la docencia mínima en español, y por supuesto pasando por los ataques salvajes a los universitarios catalanes de “S’ha acabat” que defienden la libertad lingüística.
Pero para mantener toda esa utopía, más allá de un presidente sin escrúpulos y la aritmética electoral, hace falta que los ciudadanos sigan consumiendo el “soma” con los mensajes en la escuela y en casa a través de la televisión.
Todo ha funcionado correctamente, hasta que una pesadilla ha despertado a los independentistas. Se llama internet y sus nuevos modelos de comunicación, así como la nueva forma de consumir televisión.
Cada vez que un joven catalán en vez de sintonizar TV3, pulsa el botón que le da acceso a cualquiera de las plataformas de streaming, puede comprobar que el español es más importante y el catalán bastante menos de lo que le han contado. Es como el pánico de los regímenes totalitarios a Internet en su momento, ya que permitía a los ciudadanos saber que el mundo no era como les contaban, y el principio de la duda se sabe cómo empieza, pero no como acaba.
Pero en España, todo parece que va a acabar con el presidente socialista arrodillándose ante las presiones independentistas y con la obligación a que las plataformas en streaming emitan un porcentaje mínimo en las lenguas locales de cada comunidad. Pero cuando puedes leer que el hecho de que, por ejemplo, Netflix emita un determinado porcentaje de series en catalán, es crucial a la hora de votar a favor de un presupuesto, ya no te recuerda las novelas de Huxley sino más bien las de Vizcaíno Casas o en su defecto a las películas de Ozores. Y es que, si dependes del “Soma” para someter a la población, tienes un grave problema cuando este se acaba. En cualquier caso, no es un asunto para tomárselo en broma en nuestra Comunidad, ya que Ximo, Marzà y su cuadrilla están en la misma línea.