(Publicado en el Diario Información el 6/2/18)
Hay historiadores que afirman que Tolkien se basó en el asedio y caída de Constantinopla para relatar su particular visión de la batalla del abismo de Helm. En Helm, los pueblos libres luchaban contra un terrorífico ejército de orcos, mientras en Constantinopla eran los restos del antiguo imperio romano de Oriente los que se enfrentaban a la amenaza turca. Ambas historias a pesar de sus similitudes depararon distinta suerte a defensores y atacantes. Constantinopla cayó en manos turcas, a pesar de una valiente defensa, que curiosamente quedo sepultada por una leyenda en la que se afirmaba que, mientras los turcos asediaban la ciudad, los habitantes de la misma junto a los más prestigiosos filósofos se dedicaban a debatir acerca del enigma del sexo de los ángeles.
Parece poco probable que, enfrentados a un cruel destino, los habitantes de Constantinopla se dedicaran a otra cosa que fuera reforzar las defensas de la ciudad tras cada ataque artillero de los turcos. Pero, si para los habitantes de Constantinopla su principal temor era perder su ciudad, también es cierto que una de las cosas que más nos preocupa a los ciudadanos españoles es nuestra educación y la de nuestros hijos. Parece que todo el mundo está de acuerdo en la necesidad de un pacto educativo que permita definir un modelo educativo a largo plazo mucho más allá de los cuatro años que dura un gobierno electo. Se apunta sin duda, que la educación debe estar por encima de diferencias políticas y no tal como ha ocurrido hasta ahora, que con cada cambio de gobierno se proponga una derogación de la ley anterior y una nueva ley que en muchos jamás llega a desplegarse con sus objetivos principales. Y es que desgraciadamente, aspectos accesorios son considerados fundamentales por unos y otros, de forma que se imposibilitan consensos.
En primer lugar, no debemos olvidar jamás que la educación es una forma de romper las injusticias sociales y una de las mejores formas de mejorar en la sociedad. No es una afirmación sin contrastar, los trabajos de investigación han demostrado con datos que, con un mayor nivel de educación, una persona consigue obtener un mayor nivel de renta que si no tuviera esa formación.
Además, el progreso de nuestra sociedad no sólo depende de las innovaciones que propongamos nosotros, sino de la buena educación que demos a nuestros hijos para que puedan ellos seguir innovando. Ambos datos demuestran lo pernicioso que es para una sociedad como la española los altos índices de fracaso escolar. Pero, hay que ser valientes en la toma de decisiones contra este fracaso, y no limitarse simplemente a bajar el nivel, sino mejorando el modelo educativo. Un reciente informa apuntaba que los profesores perdían un veinte por ciento de su tiempo en poner orden en clase y que la disciplina en el aula era un aspecto que mejoraba la educación mucho más allá que los caros recursos de disminuir la ratio “número de alumnos alumnos/profesor”. Pero apenas hay voces que defienden esa disciplina y esa autoridad del profesor, no sea que les califiquen de franquistas, ya que queda mucho más “guay” hablar del profesor amigo.
Y es que una parte fundamental en la educación es el profesor. Los modelos educativos con mejores resultados se centran en la importancia del profesor más allá de tratar descubrir el sexo de los ángeles debatiendo acerca de la eliminación de la religión o de los conciertos o sobre el número de minutos de una asignatura que se deben impartir. Prefieren invertir sus esfuerzos en una mejor formación de los profesores. Parte de esta idea viene con la interesante propuesta del MIR educativo al estilo del que hacen los médicos españoles, modelo del que estamos bastante orgullosos.
Tampoco hay que olvidar los mecanismos de evaluación y la publicidad de los resultados educativos. Hay cierto temor de evaluar y comparar cursos, colegios, comunidades. No debería ser así, ya que sólo aquello que se puede medir se puede mejorar.
Pero, a veces cuando leo alguna propuesta de alguno de los grupos, que con su sectarismo parece imposibilitar la llegada a acuerdos me acuerdo de los ciudadanos de Constantinopla y su debate sobre el sexo de los ángeles. Afortunadamente no pierdo la esperanza de que, al igual que en el abismo de Helm, prime el interés común y se lleguen a acuerdos para acabar con esa lacra en forma de orco que es el fracaso educativo.