Hace algunos años compartía habitualmente cenas con unos colegas profesores universitarios de
Cuba que se encontraban de estancia en Alicante. Cenábamos en un bar justo enfrente de la
Universidad, ya que ellos vivían muy cerca de allí y yo durante cierto tiempo me quedaba hasta
avanzada la noche para lanzar procesos informáticos y poder obtener resultados a la mañana
siguiente.
No recuerdo como salió en la conversación la famosa fábula de Hans Cristian Andersen, “el traje
del emperador” o “el rey desnudo”, pero no puedo olvidar lo que dijo uno de mis colegas “En Cuba
nunca podemos decir que el rey está desnudo”.
En la fábula se contaba la historia de un rey al que unos sastres le vendían un traje fantástico
(imagino que también muy caro) pero que los estúpidos no podían ver. Así, el rey acababa
paseando desnudo y nadie se atrevía a decírselo para no quedar como tonto.
En las dictaduras es habitual que todo el mundo tenga que demostrar que piensa igual que lo que
marca la línea oficial del gobierno. Nadie discute las decisiones. Con mis compañeros cubanos
hablábamos de la peregrina idea, del dictador comunista Fidel Castro, de convertir en una
universidad lo que había sido una base militar que se hallaba en medio de la selva. Obviamente,
una vez convertida en universidad, ningún profesor o estudiante se debería negar a acudir allí en
caso de que le fuese requerido.
Entonces yo hacía gala de la libertad de expresión y tolerancia que teníamos en España, así como
de los medios de comunicación independientes a los que podíamos acceder.
Tengo la sensación de que todo esto se está perdiendo, de que nos encaminamos hacia un sistema
de gobierno en el que nadie podrá diferir del pensamiento único marcado por la progresía de
izquierdas y en algunos casos nacionalista.
Observo con terror como parece no importar a nadie que en la Universidad Autónoma de
Barcelona se agreda a los estudiantes constitucionalistas de S’ha Acabat!, tratándoles de impedir
que colocaran una mesa en la feria de bienvenida de la Universidad. Todo ello parece que, con la
complicidad terrible del rectorado, que parece no querer darse cuenta de que los cachorros que
están formando distan mucho de los mínimos estándares democráticos aunque parezcan estar
dentro del pensamiento nacionalista.
En la película “Bajo el silencio” de Iñaki Arteta, que jamás será emitida en un festival como el de
San Sebastián, también se relataba la agresión sufrida por unos jóvenes que habían intentado
organizar un grupo alejado del independentismo vasco. La primera reunión acabó con la agresión
al organizador del grupo por parte de unos encapuchados. Fin del grupo, pero también fin de la
libertad, los malos vuelven a ganar.
El mensaje es claro, puedes estudiar, puedes pasarlo bien en tu etapa universitaria, pero no trates
de sobrepasar las líneas que te marcan.
Otro de los sufridores por apartarse del relato oficial de la progresía dominante ha sido el
exjugador de fútbol Alfonso Pérez. Alfonso, natural de Getafe, recibió el honor de que el estadio
de fútbol de la localidad fuese nombrado “Alfonso Pérez Coliseum”. En una reciente entrevista,
Alfonso puso en duda de que en el momento actual el fútbol femenino fuese comparable con el
masculino en cuanto a la situación de ingresos y retribuciones económicas. Alfonso, tras ser
calificado como machista por diversos medios de comunicación de la izquierda, quedó perplejo
cuando la alcaldesa socialista de la ciudad dio la orden o recomendación que debería quitarse su
nombre del estadio. Enseguida, la cobarde directiva de dicho club de fútbol se apresuró a realizar
el cambio de forma miserable.
La libertad es algo que se puede perder poco a poco, como la rana que se hierve lentamente en un
cazo de agua al fuego. Sin que te des cuenta, puedes pasar al decir “algo habrán hecho” cuando
vayan a por los otros, a darte cuenta de que vienen a por ti. Quizá nos queden pocos años de
poder decir que el rey está desnudo, disfrutemos de ese tiempo, pero sin dejar de luchar para que
sea eterno.