(ABC 17/6/2025)

Cuando la profesora anunció el final del examen y empezó a recoger los ejercicios entregados por los estudiantes, apareció por una puerta lateral un joven que le dio unas hojas a uno de los alumnos que aún estaba examinándose. Este las cogió, se levantó y las entregó a la profesora como si fueran suyas. Pensé que, quizás, ese compañero no había dedicado el mismo esfuerzo que yo para preparar aquella difícil asignatura. No pude más que asombrarme cuando, al rato, vi cómo ese alumno salía del aula con la profesora y le decía que el examen le había parecido difícil pero que, como había trabajado mucho, esperaba aprobar. Entiendo que el tiempo lo había dedicado a conseguir que alguien le hiciera el examen en la cercana cafetería, mientras él pensaba en a qué fiesta ir el próximo fin de semana.

Ahora, con la llegada de la inteligencia artificial, todo este proceso es mucho más fácil y peligroso. No se utiliza como herramienta de apoyo al aprendizaje, sino como sustituto del esfuerzo necesario para adquirir conocimientos. Ya no es necesario encontrar a un colega que resuelva el examen desde fuera: basta con fotografiar el enunciado con el móvil y enviárselo a alguien que, con ayuda de la IA, puede devolver las respuestas correctas en pocos segundos.

Afortunadamente, esto empieza a molestar a muchos estudiantes que sí creen en el esfuerzo y el trabajo. El otro día, uno de ellos escribió al responsable de la titulación: “Ahora, en periodo de exámenes, es desalentador ver la cantidad de copias que hay. Se ve a mucha gente con el móvil, haciendo fotos a los enunciados o en chats donde se comparten respuestas proporcionadas por academias. Y no parece que haya ningún tipo de control sobre esto”.

Las trampas en los exámenes siempre han sido una preocupación para los profesores, ya que rompen el principio fundamental de que es necesario adquirir conocimientos y habilidades para superar una asignatura. Sin embargo, hoy en día, en la universidad actual, copiar o hacer trampas sale gratis. Si un estudiante no se presenta al examen, el suspenso está garantizado. Pero si entrega un trabajo copiado o intenta hacer trampas, lo peor que puede ocurrirle es lo mismo: suspender. Y, si tiene suerte, incluso puede aprobar.

En nuestro país, asistimos con asombro a cómo el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, parece restar importancia a la corrupción que ha afectado a su partido y a miembros de su Gobierno, personas de su máxima confianza. Esta reacción me recordó a los estudiantes pillados copiando que, con cara de sorpresa, niegan toda intención, a pesar de que su trabajo es idéntico al de otro compañero. El lema “¿Qué preferís, corrupción o derechas?” es más terrible de lo que parece, porque asume que la corrupción es inevitable, y que es menos grave si beneficia a los tuyos.

Los máximos líderes deben ser inflexibles con la corrupción, porque de lo contrario, los ciudadanos pueden empezar a pensar que, si las grandes corruptelas no importan, ¿qué más da copiar en un examen de una asignatura aburrida o irrelevante?

Entiendo que, a nivel de la gran política, poco podemos hacer. Pero al menos debemos intentar que en las universidades se valore el esfuerzo y el sacrificio, y que se castigue a quienes intentan hacer trampas en el proceso de aprendizaje. Los rectores tienen que ponerse las pilas y ser conscientes de la nueva realidad. La inteligencia artificial debe incorporarse al proceso educativo, pues puede ser de gran ayuda, pero jamás debe reemplazar el esfuerzo del estudiante por comprender y crecer por sí mismo. Debemos enseñar a pensar, no a memorizar datos, y en eso la IA puede ser un gran aliado si se usa adecuadamente.

El dilema es claro: los docentes podemos intentar formar a las futuras generaciones para que sean como Santos Cerdán —el dirigente socialista que ha defendido públicamente decisiones cuestionadas sin mostrar autocrítica— o como Albert Einstein.

No soy optimista. Como dijo este último: “Dos cosas son infinitas: el universo y la estupidez humana; y no estoy seguro de lo primero”.

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