No será fácil acabar con las “fake news”, pero si que es conveniente ponerles freno por el enorme poder de influencia basado en la mentira que pueden suponer.

En 1503 el general español Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, revolucionó los conceptos hasta ese momento conocidos de la guerra, consiguiendo en Ceriñola una fulgurante victoria sobra la casi invencible caballería pesada francesa. No utilizó ningún arma que los franceses no conocieran, pero esas nuevas tácticas que utilizó supusieron el inicio de los famosos tercios españoles, que triunfarían durante muchos años en los campos de batalla de Europa hasta que su técnica fue superada.

Casi quinientos años más tarde, dos candidatos a la presidencia de los Estados Unidos, Kennedy y Nixon se enfrentaban en un debate emitido por radio y televisión. El segundo confiaba en el poder de su oratoria en la radio y despreció la televisión. Acudió al debate con un traje gris y se negó a ser maquillado, ya que lo consideraba poco masculino. En el otro lado, Kennedy lucía un moreno impecable y vestía un traje oscuro que resaltaba su imagen en las pantallas de blanco y negro de entonces. Según las encuestas la gente que sólo escuchó el debate por la radio dio por vencedor a Nixon, pero días más tarde Kennedy se convertía en presidente de los Estados Unidos. Ese día la televisión se convirtió en el eje central de cualquier acto político.

Cincuenta años más tarde la televisión ha parecido perder su importante influencia a la hora de decantar el voto con el uso intensivo de las redes sociales. En las recientes elecciones de Brasil, el ganador, Jair Bolsonaro, apenas participó en los debates televisivos. Bolsonaro consciente de que su pequeño partido apenas tenía tiempo asignado por la ley electoral en televisión, unos veinticinco segundos por semana, prefirió volcarse en las redes sociales.

Las redes sociales están ahí, podían ser utilizadas por todos los candidatos, pero como le ocurrió a Nixon, parece que todos no han sabido explotar sus ventajas. Al concepto de redes sociales, Facebook, Twitter, WhatsApp y demás se ha unido otro concepto de amplio uso en las campañas políticas como es el de las “fake news”. Las “fake news” no son más que falsas noticias con apariencia de reales que se transmiten a una velocidad endiablada a través de dichas redes sociales.

Al igual que las tácticas de los tercios tras la batalla de Ceriñola, el uso de “fake news” parece que han llegado para quedarse, a pesar de los esfuerzos que se realizan para evitar su propagación. No hay que olvidar que las fake news no se circunscriben solo al ámbito político, sino que en ocasiones se utilizan para vender como fiables tratamientos alternativos para enfermedades o para atacar a personas e instituciones.

No será fácil acabar con las “fake news”, quizás porque en algunos casos nos gustarían que fuesen ciertas, pero si que es conveniente ponerles freno por el enorme poder de influencia basado en la mentira que pueden suponer. Es cierto que las redes sociales son libres y pueden ser utilizadas por todos, pero hay un aspecto que puede impedir esa independencia de la red y disminuir la facilidad de detectar si esas noticias son falsas. En la actualidad los dispositivos móviles son los más utilizados para acceder a Internet. En muchas ocasiones se conectan consumiendo datos de una tarifa con un número limitado de los mismos. Pero algunas compañías telefónicas ofrecen unos servicios de redes sociales que no consumen datos. Por ejemplo, usted podría recibir un mensaje o un enlace a alguna red social que contiene una noticia, al que podría acceder sin gastar datos de su tarifa, pero si quisiera comprobar la veracidad de dicha noticia, por ejemplo, accediendo a la web de este periódico, sí que consumiría una pequeña cantidad de datos que a lo mejor le disuadían de hacerlo.

Así, no es extraño que por ejemplo en Brasil dos de cada tres votantes aseguran leer la información política a través de WhatsApp. Tampoco pensemos, como dicen despectivamente algunos, que esto de las ”fake news” sólo afecta al continente americano. En las pasadas elecciones alemanas, siete de los diez artículos más compartidos acerca de Angela Merkel eran falsos. Es posible que tengamos un problema, por cierto, seguro que algo así también pensaron los jinetes franceses cuando cayeron en la trampa tendida por el Gran Capitán.

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