Publicado en ABC el 18 de agosto de 2025

Cuando en el año 711 los musulmanes invadieron la península ibérica, sorprendieron al rey visigodo Don Rodrigo con el pie cambiado. Cuando por fin fue consciente de la gravedad de la situación, envió emisarios a sus enemigos dentro del reino: los familiares del anterior rey Witiza. Parece que estos le respondieron con desdén: “si quieren ayuda, que la pidan”. Rodrigo no tuvo más remedio que apelar al riesgo común que suponía la invasión musulmana.

Tras algunas dudas, los witizianos aparecieron y el rey Rodrigo los desplegó en las alas de su ejército. Lo que Rodrigo no podía imaginar era que, ante un enemigo común, sus supuestos aliados prefirieran esperar su derrota para beneficiarse de ella. En el momento crítico, abandonaron el campo de batalla. El desenlace es conocido: Rodrigo cayó con sus tropas en la batalla del río Guadalete y, en muy poco tiempo, los musulmanes conquistaron la práctica totalidad de la península, arrasando también con los ilusos witizianos.

El cainismo hispano no es cosa de hoy, aunque lo cierto es que siempre ha tenido consecuencias funestas. Historiadores han debatido largamente sobre el sorprendente y rápido derrumbe del reino visigodo. Pero cuando las estructuras se pudren, la caída es solo cuestión de tiempo.

Asisto, entre sorprendido y enojado, a lo que ocurre en nuestro país desde hace ya demasiados años. No solo los problemas actuales se enquistan, sino que los dirigentes inventan otros nuevos que aumentan todavía más el malestar ciudadano. Recuerdo que hace unos años, durante una estancia en Edimburgo, me preguntaron por España. Orgulloso respondí que habíamos avanzado mucho y que, tras décadas de esfuerzo, podíamos mirar de frente a los países más punteros del mundo. Hoy esa sensación se ha desvanecido: siento que volvemos a una España en blanco y negro. Como escribió Vargas Llosa sobre el Perú, nosotros podríamos decir ahora: “¿cuándo empezó a joderse España?”. No lo sé. Pero sí sé que, si no actuamos pronto, quizá no sean los musulmanes quienes nos arrollen, pero algún otro poder lo hará.

Las estructuras del país apenas resisten el día a día. Ante cualquier desastre se deshacen como azucarillos en café. Y lo peor no es solo la incompetencia demostrada en la prevención y gestión, sino el empeño sistemático de unos y otros en culpar al adversario en lugar de coordinarse mínimamente. Imagino a los witizianos justificando su traición a Don Rodrigo justo antes de ser masacrados. Hoy vivimos algo parecido: si eres del PP, todo es culpa del gobierno central; si eres del PSOE, todo es culpa de los incompetentes gestores autonómicos.

En nuestra Comunidad lo hemos sufrido de cerca, y tal vez ahora la España del oeste entienda por fin nuestra frustración: demasiados inútiles al frente de organismos autonómicos y nacionales, y un Gobierno que en momentos clave actúa más con tacticismo político que pensando en el bien común. Si algo puede reconocerse al Estado es su papel fundamental ante catástrofes de gran magnitud, sean DANAS o incendios. Pero hoy esa maquinaria estatal llega tarde, mal y a regañadientes.

Cuenta la leyenda que Hércules, hijo de Júpiter, ocultó en una cueva un tesoro y también las desgracias que amenazaban a España. Cada rey visigodo debía colocar un candado en la puerta de esa cueva. Rodrigo, llevado por la curiosidad, rompió todos los candados que sus predecesores habían puesto. Algunos afirmaron que ese fue el verdadero origen de la derrota. ¿Lo cree usted? Pues hay muchos que, hoy en día, creen al presidente Pedro Sánchez cuando asegura que el único responsable de todo es el cambio climático. Como los aztecas aterrorizados ante los eclipses, entregando sacrificios humanos, buscamos explicaciones mágicas en lugar de soluciones reales.

No sé si hay cambio climático o no, pero lo que sí sé es que arrancando corazones en un altar no se soluciona nada. Lo que se necesita es limpieza de montes, una normativa que lo permita en vez de dificultarlo, mayor vigilancia y más efectivos contra los incendios. Llevamos años oyendo que los incendios se apagan en invierno. Por eso conviene preguntar, antes de cesar a muchos consejeros de Medio Ambiente, qué hicieron al respecto. Y también preguntarse si los dirigentes que nombraron a tanto inepto son dignos de seguir en sus cargos.

Por último, habría que cuestionar si es digno de ser presidente de toda España quien solo ayuda a las comunidades que le sostienen en el poder, mientras calcula cuánto tiempo dejará socarrarse a las que gobiernan sus rivales. España no necesita culpables imaginarios. Necesita dirigentes capaces de apagar incendios en verano y de prevenirlos en invierno. Por cierto, tampoco pensemos que han bajado de un guindo: a estos dirigentes los votamos nosotros.

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