Hubo un tiempo en el que algunos defendían que tras el muro de Berlín había una sociedad mejor que había tenido que construir ese muro para evitar que la gente acudiera en tropel a vivir las maravillas del modelo comunista. Conforme fueron cayendo los ladrillos de aquel muro y fuimos conociendo las historias que sucedían tras él, pudimos comprobar muchas de las mentiras de aquel paraíso soñado. Supimos que los responsables de aquel gobierno trataron por todos los medios de evitar que el muro se resquebrajara. La Stasi, policía secreta de la República ¿Democrática? Alemana (RDA), fue uno de los instrumentos que utilizaron. Una de las películas más recordadas sobre el tema ha sido sin duda “la vida de los otros”, donde se narra las aventuras de Gerald Wiessler, uno de los oficiales de la Stasi, que debía espiar a una pareja sospechosa de traición al régimen.
Tras ser pública la última iniciativa del Botánic, a cargo del inefable conseller Marzá, de conocer hasta el último detalle de en qué espacios se utiliza (o no se utiliza más bien) el valenciano en los colegios, no he podido más que recordar una de las impactantes escenas de la película. Ocurre alejada de la trama principal, pero retrataba el miedo a ser libre y poder decir lo que uno quiera hasta en sus momentos de descanso bajo estos regímenes oscuros. La escena tiene lugar en la cafetería de la policía, donde llega un joven que pretende, de forma despreocupada, contar a sus dos amigos un chiste sobre Honecker, presidente de la RDA, sin darse cuenta que a su lado estaban tomando un café dos miembros de la Stasi. La risa se convierte en terror al darse cuenta de sus siniestros vecinos de mesa.
El Botánic ya no tiene tan solo como objetivo el incremento de las líneas de docencia en valenciano, sino que ahora también quiere controlar las lenguas que se utilizan en cada momento, en el patio, en la cantina del colegio, en las reuniones con los padres, en los comunicados del colegio, y así un largo etcétera. Cuando hay colegios cuya existencia depende del concierto educativo, o equipos directivos nombrados desde la conselleria, empresas de comedor contratadas por concurso, o incluso profesores sin plaza fija, este control parece ir más allá de un simple conocimiento de la lengua vehicular. De hecho el objetivo final que se dice que tiene el Conseller Marzá, es que en dos años solo se utilice el valenciano desde que se cruza la puerta del colegio.
Imagino a los estudiantes, profesores o trabajadores de los colegios mirando a izquierda y derecha antes de atreverse a hablar en castellano, o hablándolo bajito mientras gritan en valenciano para que no haya duda sobre ellos.
La obsesión del control lingüístico del Botànic parece no tener fin y una vez pasadas las elecciones donde Marzâ fue escondido, ha regresado si cabe con mayor ímpetu. Y mientras, siguen gritando que el valenciano es una lengua “minoritzada” (dogma que les justifica cualquier medida) a pesar de la normalidad de uso que ya se ha alcanzado.
La educación va mucho más allá de lo que ocurre en el aula. Es curioso que haya tantos temas donde incidir para mejorar los resultados de los modelos docentes a aplicar y que el Botánic prefiera centrarse en estas películas de terror. Solo falta que en las próximas oposiciones se puntúe las denuncias a compañeros que hablen en castellano fuera de clase.