Copiar un examen

Publicado en el Diario Información el 27.01.2010

Copiar un examen

Copiar un examen

Un alumno comenta un examen con la profesora a la salida del mismo, una situación habitual si no fuera porque en este caso el alumno había entregado como suyo un examen que un compañero le había dado minutos antes de finalizar el examen. Una profesora mostrando a la clase una «chuleta» mientras una alumna salía del aula totalmente avergonzada, nunca supe si por suspender el examen o por haber sido pillada «in fraganti». Estas son dos de las tres anécdotas que se han quedado grabadas en mi mente de mi época de estudiante acerca de las copias en los exámenes, ahora de plena actualidad por un reglamento aprobado en la Universidad de Sevilla. Básicamente, la norma propuesta implica que un alumno no podía ser expulsado del aula del examen en el caso de que se observara que estuviera copiando, teniendo todo el derecho del mundo a finalizar el mismo para luego que se pudiera decidir si era el profesor el que tenía razón o no. Según la interpretación de muchos, un menoscabo más, otro que añadir, a la autoridad del profesor.
O sea, es como si un policía que entrara a un banco y viera a un hombre encapuchado con una pistola humeante en una mano y una bolsa llena de dinero en la otra, tuviera que esperar a ver si la próxima acción del encapuchado fuera depositar en un fondo de inversión el dinero que «posiblemente hubiera robado» o si fuera a escaparse a toda velocidad.
He sido una de las personas que he demandado en mi Universidad el desarrollo de un régimen disciplinario que pudiera clarificar tanto a profesores y alumnos qué acciones punitivas se pueden tomar contra los infractores de determinadas normas. Actualmente el reglamento en vigor es de la etapa franquista y no por ello es demasiado duro con los infractores. Aunque nuestro estatuto contempla la posibilidad de desarrollar un reglamento, nunca se ha querido abordar por lo complejo y sensible que puede llegar a ser. 
Considero que ante las copias, los profesores debemos realizar una labor fundamentalmente preventiva, tomando una serie de medias elementales a la hora de preparar un examen, tales como indicar a cada alumno el lugar que deben ocupar en el aula y mostrar cierta atención en los actos que los alumnos realizan. Desafortunadamente, a pesar de esto, se suelen detectar copias, y sé seguro que sólo se detectan un porcentaje de las que se han realizado, y esto sin contar los innumerables casos de copias en trabajos de curso.
Para que se valore el esfuerzo del alumno que estudia y prepara una asignatura también se ha de actuar contra el que infringe las normas, sobre todo en casos de reincidencia. Actualmente, un alumno que desconoce una asignatura puede acudir al examen para intentar copiar en el mismo sin perder nada en el intento más que el respeto por parte de los profesores. Esto se debe a que lo peor que le puede suceder es ser suspendido en el caso de que se detectara su copia. O sea, es como si uno mintiese en su declaración de la renta y al detectarse el fraude no se le hiciera pagar el famoso recargo.
Volviendo al reglamento de la Universidad de Sevilla, que parece que debido al revuelo provocado va a ser replanteado, uno podría interpretar que hay dudas acerca del profesor que detecta un intento de copia en un examen. Algo así como los policías corruptos de las películas que ponen una bolsa de cocaína en la maleta del protagonista para que éste sea inculpado. Para que un país funcione es necesario que ciertas consideraciones se cumplan. Es muy posible que haya policías corruptos, pero es de suponer que serán una minoría ínfima, y por ello deben tener cierta autoridad. Lo mismo debe ocurrir con el profesor, él es la máxima autoridad en todas las actividades docentes de una asignatura tanto en las clases como en los exámenes. Si no es así acabaremos consensuando con los alumnos el examen que vamos a poner al día siguiente, algo así como los milicianos anarquistas al principio de la guerra civil que votaban si había que realizar un ataque o cavar trincheras (y así les fue).
Afortunadamente estoy seguro que aunque un número importante de alumnos habrán realizado alguna copia de trabajo o examen, sé que sólo un número mínimo habrán finalizado la carrera basándose en la realización de copias. 
La tercera anécdota que recuerdo acerca de las copias le sucedió a un amigo que como tantos otros de la época tenía que superar la asignatura de inglés a pesar de haber dado francés en su instituto. Consiguió que otro alumno se presentara por él y para ello consiguió que otro amigo hiciera una falsificación perfecta del sello de la escuela que aparecía sobre la foto del carné de alumno. Cuando finalizó el examen le embargó una euforia que no podía contener y no hacía más que estrecharnos la mano. Había arriesgado la carrera pero no había sido pillado. Lamentablemente, el sustituto que eligió no debía ser muy hábil con el idioma de Shakespeare y suspendió. Mi amigo tuvo que ir a clases intensivas de inglés en el verano además de soportar bastantes burlas durante toda la carrera. Por cierto, el «falsificador» es hoy en día un pintor de reconocido prestigio en Alicante.

Los tártaros y el pacto de educación

Publicado en el Diario Información el 09.01.2010

Quizá una de las películas que más me impactaron en mi juventud fue «Beau Geste». En blanco y negro te sumergías en las aventuras y desventuras de tres hermanos enrolados en la legión extranjera en su lucha contra los árabes. Las escenas de una fortaleza totalmente rodeada por los árabes y con los legionarios resistiendo disparando tras las almenas de la misma quedaron en mi retina y consiguieron interesarme por cualquier novela o película que pudiera parecérsele. Así llegue a «El desierto de los tártaros», la novela de Dino Buzzati, la cual yo pensaba que me iba a ofrecer unas sensaciones similares. Nada más lejos de la realidad, pero no por ello fue una experiencia decepcionante sino más bien todo lo contrario. Cuenta la historia de un joven teniente que llega a una fortaleza perdida donde se supone que iniciarán en breve su ataque los tártaros. El teniente cree que su estancia en la fortaleza será fugaz, pero tras descubrir lo que parece una pequeña obra que puede facilitar la invasión, se dispone junto con toda la guarnición a preparar el inminente ataque. Los días, semanas y meses pasan y el joven teniente posterga cualquier posibilidad de retrasar su marcha de la olvidada fortaleza hasta poder detener a los tártaros. Cuando por fin los tártaros inician el ataque, el teniente, que ya no es joven tras el paso de los años, está enfermo y debe ser evacuado de la fortaleza sin poder luchar. 
Es curioso que recuerde esta novela ahora con la propuesta de los dos partidos más importantes acerca de la creación de un pacto de educación que intente solucionar los problemas educativos existentes en nuestro país. Espero que mi visión pesimista acerca de las posibilidades reales de que un pacto por la educación riguroso se lleve a cabo esté equivocada. 
El primer problema que nos encontramos es que debemos poner en común a todas y cada una de las comunidades autónomas que son las responsables de llevar a cabo su modelo educativo, curiosamente la educación fue de las primeras competencias transferidas, cuando en mi opinión debería haber sido la última o por lo menos haberse transferido de forma mucho más limitada.
Un segundo problema es que parece no querer reconocerse los errores cometidos por parte del PSOE cuando en su primera etapa en el gobierno modificó el modelo educativo, ni la lentitud por parte del PP en intentar mejorarlo en sus ocho años de estancia en el poder. La famosa LOGSE supuso el fin de la autoridad del profesorado y de valores como el esfuerzo por parte del estudiante. 
Más grave es comprobar las decisiones que se han tomado en materia educativa en los últimos años. Con todos los problemas que existen hoy en día en la educación, las grandes decisiones tomadas por el actual Gobierno han sido ver cómo se cargaba la asignatura de religión, cómo imponía la «importantísima» educación para la ciudadanía o cómo se miraba hacia otro lado en los temas de abandono del estudio del castellano en algunas comunidades. La respuesta en nuestra Comunidad ha estado a la altura del Gobierno central, así que con tantos problemas como los que hay nos hemos dedicado a ningunear la famosa asignatura de la ciudadanía y propusimos impartirla en inglés, y no con uno sino con dos profesores. 
Considero que algunas soluciones a la baja formación de nuestros estudiantes es la definición de un currículum mínimo para cada una de las etapas formativas del estudiante en todo el Estado español. Ese currículum debería fijar claramente los conocimientos a adquirir por parte del estudiante y obviamente debería impedir que aquellos que no los obtuvieran que pudieran finalizar la etapa en cuestión. Por ello se debería facilitar alternativas educativas a aquellos estudiantes que no tuvieran la aptitud o actitud para finalizar por ejemplo la ESO.

Es fundamental recuperar las asignaturas de Ciencias, como por ejemplo las matemáticas, vitales para cualquier formación posterior, que han sido postergadas por el mayor coste que supone al estudiante su aprendizaje. Y por qué no, recuperar con mayor interés la formación en historia de nuestro país independientemente de la comunidad en la que estudiemos. Creo que es crítico que si queremos seguir un camino juntos, es necesario que todos los españoles conozcamos lo que fuimos, lo que somos y lo que podemos ser.
Las palabras del ministro Gabilondo y de Cospedal traen algo de optimismo al sector educativo y considero que hay muchísimos miembros de este sector que esperamos ponernos a trabajar con ilusión siempre que desde el Gobierno y la oposición fijen una clara dirección de trabajo que sea independiente del partido que gobierne en cada ocasión. La construcción y progreso de un país moderno se basa en gran medida en la formación de sus ciudadanos, con lo cual es vital que nos pongamos a trabajar apoyando estas iniciativas para estar preparados para ese ataque de los tártaros que puede ser el pacto de educación, y para eso espero que los tártaros no sean dirigidos por unos gobernantes con capacidad de corrección que decidan aplazar el ataque.