El beso del tránsfuga

“El beso” es una película de terror ochentero, en la que una bellísima Joanna Pacula interpretaba a una extraña mujer que hospedaba en su interior un terrible parásito. Cuando el cuerpo que lo hospedaba se deterioraba más allá de lo razonable, el parásito tenía que buscar otro para poder seguir sobreviviendo. En el fondo no había ni ideales, ni sentimientos más allá del mero instinto de supervivencia.

Ese instinto de supervivencia o el hecho de pasar a un estatus mejor es lo que en la mayoría de las ocasiones hace que algunos políticos abandonen el partido por el que consiguieron su acta de concejal o diputado, pero sin dejar dicha acta para no dejar de cobrar.

El transfuguismo es un hecho que suele ser criticado públicamente por todos los partidos, aunque es habitual el silbar y mirar hacia otro lado cuando el transfuguismo les beneficia. Un ejemplo reciente es el caso de la localidad alicantina de Teulada. Compromís se hizo con la alcaldía de la ciudad con el apoyo de dos tránsfugas a los que puso sueldo como premio y trató de justificar su actuación de las más curiosas formas. Pero dos años después, cargó enfurecido contra los tránsfugas del partido socialista que le quitaron la alcaldía para dársela al Partido Popular. Parece que el karma también existe en política.

A lo que no beneficia la existencia de los tránsfugas es a la opinión que la gente tiene sobre los políticos, cuando de una forma u otra se sienten estafados por representantes de un partido al que votaron. Por eso es llamativo que a pesar de los muchos pactos antitransfugismo que se firmen o se refirmen, no se haya actuado seriamente realizando los cambios legislativos necesarios para evitar los casos de transfuguismo.

Una alternativa para el caso de la elección de alcaldes sería la doble vuelta electoral, que permitiría a los ciudadanos de cualquier localidad, elegir a su alcalde para los siguientes cuatro años entre los dos más votados en primera vuelta. Esto además de evitar pactos contra natura, sería un freno importante para el poder de los posibles tránsfugas.

No obstante, algunos ayuntamientos o instituciones han legislado para evitar al menos que los tránsfugas tengan beneficios económicos, que les haga rentable ese abandono del partido por el que fueron elegidos. Esto suele ser bastante eficaz, ya que, en la mayoría de los casos de transfuguismo, solo se ejecutan en el caso de que no tengan pérdida económica. Ha sido curioso comprobar como los tránsfugas de Corts Valencianes han estado batallando mucho más para no perder los derechos económicos, que, para poder seguir haciendo labor parlamentaria, que es para lo que en teoría se presentaron.

Como el parásito de la película “el beso”, el tránsfuga solo espera que ese cambio les permita encontrar un anfitrión que les asegure un futuro mejor. Pero parecen olvidar que, en la historia del transfuguismo español, en la mayoría de los casos no ha sido así. Quizá han podido obtener un beneficio instantáneo, pero que a medio plazo no les supondrá un beneficio político. A la mayoría de los partidos no les gusta usar esos tránsfugas, “Roma no paga a traidores” o lo que es lo mismo “Quien traiciona por ti, también lo puede hacer contigo”. Tampoco supone un beneficio profesional, por ejemplo ¿Quién se va a fiar de un abogado trásfuga que puede venderte si la otra parte le paga mejor?

El transfuguismo en el siglo XXI tiene un inconveniente adicional. Es raro el trásfuga que no haya criticado tiempo atrás en redes sociales otros casos de transfuguismo. Eso permite a la gente recuperar esos tuits, dejando en evidencia a los tránsfugas y sus peregrinas justificaciones sobre los motivos que les impiden cumplir los códigos éticos que firmaron al incorporarse como cargo público.

Al final, cambiar de anfitrión no es tan fácil, sino que se lo pregunten al parásito de la película “el beso”.

Un único examen de selectividad, y en español

Durante unos días se para el mundo para muchos estudiantes y, por ende, el de sus padres, profesores e institutos. Llegan oleadas a las universidades a realizar, probablemente, su examen más importante. Obviamente me refiero a los exámenes de selectividad, ahora llamados PAU, Pruebas de Acceso a la Universidad, aunque en otras comunidades tiene diferentes nombres.

Los que solemos o solíamos estar en la universidad en estos días, pueden comprobar en los rostros de los jóvenes la ilusión, tensión, miedo, miradas al futuro cercano o adioses a tu reciente pasado. Para muchos, estos días de examen pueden marcar si van a poder o no matricularse en los estudios y/o universidad deseada o tendrán que conformarse con una segunda o tercera opción. También es cierto que la mayoría de estos jóvenes todavía no tienen claro cual es esa primera opción o quizás no prefieren hacerse ilusiones sobre la misma hasta conocer el resultado de la PAU.

Para los que consideramos la medición y comparación de resultados como una forma de favorecer el progreso, la PAU es muy importante. Más allá de la forma en la que se realiza, cada país tiene su librillo, lo cierto es que este es el único momento en el que se realiza un mismo examen a todos los estudiantes de una comunidad. Con ello no solo se evalúa individualmente a cada uno de ellos, sino también a los profesores del bachillerato de cada asignatura. Por supuesto también para los colegios e institutos es muy importante, ya que, a los pocos días de conocerse el resultado de las pruebas, aparecen los “rankings” ordenados de cada uno de ellos. Esto es algo que afecta al prestigio de cada institución y a las matrículas en años venideros. Por supuesto tras la aparición de dichos rankings siempre aparece la eterna comparativa de público-privado-concertado, casi nunca concluyente.

Pero me gustaría destacar algo por el que tanto los gobiernos del Partido Popular como los del Partido Socialista han pasado de puntillas dentro de las posibles competencias del Ministerio de Educación. Obviamente, por el miedo a inmiscuirse en las competencias de sus barones autonómicos o los poderosos presidentes catalán o vasco, jamás se ha puesto de forma seria encima de la mesa la posibilidad de que la PAU permitiese al gobierno español conocer el estado de la educación de sus ciudadanos, cuya competencia ha delegado en las comunidades.

Ahora mismo, cada comunidad autónoma hace sus exámenes y evalúa a sus estudiantes, pero todos ellos compiten por las mismas plazas en grados universitarios de toda España. Algunos rectores ya han criticado que las calificaciones hinchadas que algunas autonomías otorgan a sus estudiantes, les permiten copar muchas de las plazas ofertadas en algunos estudios como los de Medicina.

Un mismo examen de PAU para todos los estudiantes españoles, independientemente de la comunidad en la que estudien obviamente sería más justo, algo más complicado a nivel de intendencia, pero perfectamente asumible. Pero esa justicia, además permitiría que el estado español pudiese comprobar que a sus estudiantes se les ha enseñado adecuadamente esos aspectos comunes acordados. Se puede asumir, también discutir, que se hayan delegado las competencias en educación, pero jamás se puede eludir la comprobación que esa delegación ha sido acertada. La PAU puede ser una fenomenal forma para hacerlo.

Por supuesto, en un momento en le que los nacionalistas redoblan sus esfuerzos para que la inmersión lingüística se imponga, también sería el momento para que la realización de la PAU en español o castellano permitiese garantizar su aprendizaje más allá de los dogmas repetidos una y otra vez por el Conseller Marzà y sus homólogos. Yo entiendo que ss imprescindible asegurar  que los jóvenes españoles saben utilizar correctamente la lengua oficial del Estado Español.

¿Gestionar un examen de PAU único y en español para todo el Estado sería complicado?, sin duda ¿Sería más justo y mejoraría el sistema educativo español?, sin duda también ¿Sería posible?, no será fácil, pero no hay que renunciar a ello.

Un único examen de selectividad, y en español

Un único examen de selectividad, y en español

(Publicado en Alicante Plaza el 6 de junio de 2021)

Durante unos días se para el mundo para muchos estudiantes y, por ende, el de sus padres, profesores e institutos. Llegan oleadas a las universidades a realizar, probablemente, su examen más importante. Obviamente me refiero a los exámenes de selectividad, ahora llamados PAU, Pruebas de Acceso a la Universidad, aunque en otras comunidades tiene diferentes nombres.

Los que solemos o solíamos estar en la universidad en estos días, pueden comprobar en los rostros de los jóvenes la ilusión, tensión, miedo, miradas al futuro cercano o adioses a tu reciente pasado. Para muchos, estos días de examen pueden marcar si van a poder o no matricularse en los estudios y/o universidad deseada o tendrán que conformarse con una segunda o tercera opción. También es cierto que la mayoría de estos jóvenes todavía no tienen claro cual es esa primera opción o quizás no prefieren hacerse ilusiones sobre la misma hasta conocer el resultado de la PAU.

Para los que consideramos la medición y comparación de resultados como una forma de favorecer el progreso, la PAU es muy importante. Más allá de la forma en la que se realiza, cada país tiene su librillo, lo cierto es que este es el único momento en el que se realiza un mismo examen a todos los estudiantes de una comunidad. Con ello no solo se evalúa individualmente a cada uno de ellos, sino también a los profesores del bachillerato de cada asignatura. Por supuesto también para los colegios e institutos es muy importante, ya que, a los pocos días de conocerse el resultado de las pruebas, aparecen los “rankings” ordenados de cada uno de ellos. Esto es algo que afecta al prestigio de cada institución y a las matrículas en años venideros. Por supuesto tras la aparición de dichos rankings siempre aparece la eterna comparativa de público-privado-concertado, casi nunca concluyente.

Pero me gustaría destacar algo por el que tanto los gobiernos del Partido Popular como los del Partido Socialista han pasado de puntillas dentro de las posibles competencias del Ministerio de Educación. Obviamente, por el miedo a inmiscuirse en las competencias de sus barones autonómicos o los poderosos presidentes catalán o vasco, jamás se ha puesto de forma seria encima de la mesa la posibilidad de que la PAU permitiese al gobierno español conocer el estado de la educación de sus ciudadanos, cuya competencia ha delegado en las comunidades.

Ahora mismo, cada comunidad autónoma hace sus exámenes y evalúa a sus estudiantes, pero todos ellos compiten por las mismas plazas en grados universitarios de toda España. Algunos rectores ya han criticado que las calificaciones hinchadas que algunas autonomías otorgan a sus estudiantes, les permiten copar muchas de las plazas ofertadas en algunos estudios como los de Medicina.

Un mismo examen de PAU para todos los estudiantes españoles, independientemente de la comunidad en la que estudien obviamente sería más justo, algo más complicado a nivel de intendencia, pero perfectamente asumible. Pero esa justicia, además permitiría que el estado español pudiese comprobar que a sus estudiantes se les ha enseñado adecuadamente esos aspectos comunes acordados. Se puede asumir, también discutir, que se hayan delegado las competencias en educación, pero jamás se puede eludir la comprobación que esa delegación ha sido acertada. La PAU puede ser una fenomenal forma para hacerlo.

Por supuesto, en un momento en le que los nacionalistas redoblan sus esfuerzos para que la inmersión lingüística se imponga, también sería el momento para que la realización de la PAU en español o castellano permitiese garantizar su aprendizaje más allá de los dogmas repetidos una y otra vez por el Conseller Marzà y sus homólogos. Yo entiendo que ss imprescindible asegurar  que los jóvenes españoles saben utilizar correctamente la lengua oficial del Estado Español.

¿Gestionar un examen de PAU único y en español para todo el Estado sería complicado?, sin duda ¿Sería más justo y mejoraría el sistema educativo español?, sin duda también ¿Sería posible?, no será fácil, pero no hay que renunciar a ello.

Thelma, Louise, el Botànic y el caos

Se conoce al “momento Thelma y Louise” a una de las escenas más conocidas de la famosa película dirigida por Ridley Scott en 1991. Tras una azarosa persecución por decenas de coches de policía, dos mujeres que tras una serie de azarosas aventuras huyen de ellos, se encuentran atrapadas. En un extremo, un profundo desfiladero y en el otro, los coches de la policía. Popularmente encontrarse en esa situación se denominaba “elegir entre Guatemala y Guatepeor”.  Entiendo que ni Thelma ni Louise querían acabar en aquella situación, pero allí estaban tras una serie de muy desafortunadas desdichas.

En una situación similar se encuentra la creación de la famosa empresa pública de salud (EPS) que parte del Botànic, fundamentalmente el PSPV, quería crear para asumir las finalizaciones de contratos o reversiones de ciertas concesiones sanitarias que había otorgado el Partido Popular cuando gobernaba. Fundamentalmente el servicio de radiología y la farmacia sociosanitaria, pero se había dado a entender que se incorporarían a dicha empresa, los trabajadores de la futura reversión del hospital de Torrevieja y de la pasada reversión del hospital de Alzira.

A la consabida pandemia que estamos sufriendo y que afecta brutalmente a todo el sistema sanitario, hay que añadir que la reversión del hospital de Torrevieja se debe concluir en este próximo octubre. Ante la cercana llegada del verano, donde la población de la zona que requiere servicios sanitarios aumenta exponencialmente, esta inseguridad laboral que tienen los trabajadores puede afectar al servicio que se dará a los ciudadanos.

Por eso es incomprensible que el Botànic no haya acordado las acciones a tomar con mucha mas anticipación y planificación. Pero, es lo que hay cuando el dogmatismo se impone al sentido común. Los responsables socialistas y de Compromís que gestionan la sanidad en la Comunidad Valenciana no han conseguido mostrar ningún análisis que justifique con números lo positivo de la reversión de las concesiones.  Simplemente se han limitado a repetir una y otra vez lo imprescindible de la gestión pública y lo malos que son los gestores privados que anteponen el beneficio económico a la salud de los pacientes.

Pero claro, llegan huyendo de la realidad de los plazos al acantilado de Thelma y Louise. Revertir una concesión no es trivial y obliga a definir el nuevo modelo de gestión del personal. Pero para los progres y poco previsores botánicos que siempre han hablado de gestión directa, funcionarización de los trabajadores y tal, se encuentran que no es tan sencillo ni legal llevar a cabo tal tarea. 

La recomendación de crear una empresa pública que gestionara los trabajadores era la solución que entre pantallas de ocultación era la propuesta de Ana Barceló, consellera de Sanidad. Su estrategia ha sido la de de debatir la propuesta de creación de la EPS muy tarde, tan tarde que parece un ultimátum en plan “o yo o el caos”.

Pero como diría el famoso humorista El Roto, “es que el caos sois vosotros”, personas que pensáis que “Planificación” debe ser una de las hijas de Marx y que no la utilizáis nunca.  Que primero los de Podemos y luego los de Compromís han tenido que agachar la cabeza avergonzados cuando les han recordado lo que decían y lo que parecía que iban a apoyar. Ahora se limitan a decir altivos lo que no les gusta, pero se abstienen de decir lo que les gustaría hacer porque simplemente no lo saben.

Llegamos al verano, al fin de las concesiones sanitarias y el Botànic sigue como Thelma y Louise, pero en vez de lanzarse al acantilado, lo que hacen es meternos a los valencianos dentro del coche y empujarnos hacia él.