Estuve recientemente en Bilbao. Una de mis visitas fue a lo que queda del cinturón de hierro de la ciudad. Este cinturón estaba formado por una serie de defensas que fueron construidas para que durante la guerra civil el ejército de Franco no pudiese conquistar Bilbao. En algunos de los carteles que acompañaban a las instalaciones se destacaba la valentía de los gudaris, soldados vascos, en defender la posición que finalmente fue tomada, porque uno de los ingenieros responsables de la construcción se pasó al ejercito de Franco con los planos y, obviamente con información de los puntos débiles de las defensas.
De lo que los nacionalistas vascos quieren hablar poco es del denominado pacto de Santoña. En aquel pacto los nacionalistas vascos al ver perdida la guerra, firmaron su rendición ante las tropas italianas sin decir nada a la autoridad republicana. Así, mientras los republicanos confiaban que el ejército vasco colaborase en la defensa de Asturias y Santander, se quedaron aterrorizados al comprobar que este entregaba las armas al enemigo sin lucha.
De parecida forma se debió quedar hace escasos años el entonces presidente Mariano Rajoy cuando desde el PNV le confirmaron que le abandonaban y se pasaban al conglomerado Frankenstein dirigido por el ahora presidente Sánchez en el impulso de la moción de censura.
Los traicionados se lo tomaron de diferentes formas. El general republicano Mariano Gamir pensó en ametrallar a los traidores vascos, orden que nunca se llevó a cabo. Por su parte Mariano Rajoy prefirió ahogar sus penas en un restaurante cercano al congreso mientras el bolso de la vicepresidenta ocupaba su escaño.
Que los nacionalistas siempre han mirado por sus intereses es un hecho contrastado históricamente. Que la absurda ley electoral española ha provocado las palabras de cariño que les han dedicado los partidos nacionales cuando han tenido que pactar con ellos, también.
Pero ahí están, chantajeando a España un día sí y al otro también. Mientras los nacionalistas vascos han conseguido el traslado de los más sanguinarios presos etarras a Euskadi, los nacionalistas catalanes han conseguido impedir que ningún niño catalán pueda estudiar en español en la escuela pública.
No importa las resoluciones judiciales que existan en un caso u otro, sus votos pueden poner o quitar presidentes tal como está de repartido el voto en el resto de España y el premio que da la ley electoral a los votos concentrados en cada provincia.
Soy de las personas que piensa que tal como está dejando la situación de nuestra democracia el presidente Sánchez, va a hacer falta una segunda transición que vuelva a unir lo que este y su predecesor Zapatero han separado. Y como decía recientemente Rosa Díez en una reciente conferencia, esa segunda transición no la pueden llevar a cabo los nacionalistas.
El posible sucesor de Sánchez, el popular Feijoo parece no creerlo así y está demostrando un acercamiento a los nacionalistas, que concluyó con su ausencia de la manifestación de Barcelona el pasado domingo en el que se reivindicaba la libre elección de lengua.
Ignoro cuales son los planes del señor Feijoo, pero solo tiene que observar la historia para saber que los nacionalistas nunca van a cumplir lo que le prometan y que le traicionaran a él y al resto del país inevitablemente.
En el resto de España estamos ya hartos de las prebendas de los llamados nacionalismos históricos, prebendas que consiguen en muchas ocasiones gracias a sibilinos chantajes. Si el señor Feijoo quiere visitar Santoña, le recomiendo que lo haga, es un lugar precioso, pero tiene que ser consciente de que no debería hacerlo acompañado de los nacionalistas y si lo hace, debería sentarse siempre con la espalda pegada a la pared.