Los pactos que nunca existieron

Salí de la reunión muy contento, en la misma se había producido un intenso debate en el que se habían analizado debilidades y amenazas al proyecto que llevábamos a cabo. Se había finalizado proponiendo una serie de acciones que debíamos ejecutar para solucionar dichos problemas detectados. La reunión además había servido para cohesionar al grupo en ese nuevo reto y todos parecían bastante motivados.

Pero pasaron los días y nada parecía cambiar, a veces porque lo urgente se anteponía a lo importante o en otros casos porque los integrantes de aquella reunión parecían pensar que los acuerdos tomados no eran más que una mera declaración de intenciones. Estos hechos suelen ser habituales en el mundo real de la gestión de proyectos. Son tan reales de tal forma que en ocasiones te hacen dudar de si aquella reunión realmente tuvo lugar o solo fue parte de un sueño.

La crisis del COVID19 es una amenaza para nuestra sociedad y ha conseguido que todos se movilicen contra ella. Una de las formas habituales ha sido la firma de una serie de acuerdos por la reconstrucción que se han firmado prácticamente a todos los niveles de organismos públicos. El último de ellos ha sido precisamente el firmado en las Corts Valencianes. Llegar a los acuerdos no ha sido fácil en todos los casos, doy fe de ello, ya que cuanto más se ha querido concretar las acciones a tomar, más dificultades se han tenido a la hora de consensuar, debido a las ideologías de los unos y los otros. También es cierto que es positivo ir más allá de meras frases que ilustrarían cualquier libro de autoayuda o superación personal que todos firmaríamos.

Pero desafortunadamente, en muchas ocasiones, parece que el objetivo principal de estas comisiones o grupos de trabajo responsables de esos pactos es simplemente llegar a un acuerdo, inmortalizarlo, hacerlo llegar a los ciudadanos para después almacenarlo en la biblioteca de los libros olvidados y pactos que nunca existieron.

Para mí, una de las grandes preocupaciones no era tan solo que se lleguen a acuerdos que involucren a la mayoría de los representantes públicos y de la sociedad civil, sino que esos acuerdos realmente se cumplan. Por eso me alegra mucho que en el propio pacto firmado en Corts Valencianes haya incluido como uno de los puntos del acuerdo, el seguimiento del cumplimiento de las acciones propuestas. No se trata de falta de confianza sino es simplemente una buena gestión de proyectos. Y es que ante una amenaza tan temible y cambiante como la que supone el COVID19, los pactos no pueden ser meramente documentos de buenas intenciones inalterables en el tiempo. Más bien deben ser acciones concretas que tenemos intención de cumplir de forma completa o al menos parcial en un espacio determinado de tiempo. Teniendo en cuenta, además, que algunas acciones deberían ser reforzadas o al revés, pueden no ser adecuadas en función de la evolución de la crisis. Por eso, la firma de un pacto de este tipo no es el final, más bien es el final del principio, donde queda ahora lo realmente complicado. Se han decidido qué acciones hay que llevar a cabo, pero toca ponerlas en marcha en una situación realmente difícil. Lo bueno de este acuerdo es que una vez firmado, pone en marcha el reloj para que los responsables de cada acción a tomar deban dar cuenta de una forma u otra. El trabajo toca desarrollarlo partido a partido, pero el árbitro ha pitado el inicio del primero.

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