Los presupuestos energéticos del Tripartito

El alcalde sale todo feliz del pleno del ayuntamiento mientras es aplaudido por todos los concejales independientemente del partido al que pertenecen. Cuando por fin consigue liberarse de los abrazos de unos y otros se acerca a los medios y dice que ellos querían subirse el sueldo un ochenta por ciento y la oposición un noventa, y por ello decidieron subirse el sueldo un cien por cien para que todos estuviesen contentos. Esto no ha ocurrido así realmente, al menos que yo sepa, pero sí en “Los energéticos”, una de las películas del trío Esteso-Pajares-Ozores que se hicieron famosas durante los primeros años de la democracia, donde se hacía visible esa desconfianza de los ciudadanos hacia los políticos.

Esa escena de la película me volvió a la mente durante los instantes siguientes a la aprobación del presupuesto de la Generalitat la pasada semana. Una vez efectuada la votación, el conseller de economía Vicent Soler levantó eufórico los brazos, mientras desplegaba siete dedos para indicar que era el séptimo presupuesto que el tripartito de izquierdas había conseguido aprobar. Los diputados del tripartito se levantaron y aplaudieron no se sabe si al conseller Soler o a la comisión, que este año ha sido la que ha tenido la responsabilidad de cuadrar las disputas de los tres socios dentro de un presupuesto.  El objetivo de este presupuesto lo tenían claro. Los tres partidos el Botànic deberían estar contentos con la aportación que, en teoría, más allá de los ingresos ficticios, deberán recibir este año próximo.

Da la sensación de que cada conseller ha peleado a cara de perro por su parte, sin importarle ningún proyecto de equipo. No busquen propuestas interesantes que se vayan a llevar a cabo ya que no las hay.  Su objetivo no ha sido el de detectar necesidades u oportunidades de actuación en la Comunidad Valenciana, sino que más bien ha sido un reparto entre consellerías, para que cada una pudiese llevar a cabo las iniciativas que considerase. Porque si algo ha quedado demostrado estos años, es que lo del mestizaje del Botànic, en el que intercalaban cargos de un partido con los del otro ha sido un bluf, ya que al final el que manda es el conseller y si el secretario autonómico o director general le molesta, se le cesa y se pone a otro. 

Este reparto del dinero entre Consellerias ha sido tan claro que, el hecho de que A-Punt no tuviese conseller que le defendiese, hizo que se quedase son el dinero suficiente para poder hacer frente al pago del IVA pendiente, obligando posteriormente a una rectificación en forma de enmienda cutre.

Además, si uno observa los presupuestos del 2022 puede comprobar que no son el presupuesto para la Comunidad Valenciana, sino los presupuestos para que los partidos del Botànic puedan concurrir dopados a las siguientes elecciones. Un sinfín de asesores, cargos a dedo e inversiones en ciudades donde gobiernan es el resumen de todos los apartados que conforman el presupuesto.

No obstante, si le preguntan al respecto les contestarán como excusa que con la financiación que recibe la Comunidad Valenciana es muy complicado hacer más o la eterna comparativa con los presupuestos del Partido Popular en plena crisis. Si esta segunda respuesta ya huele a naftalina, sobre la primera no esperen ninguna reivindicación al presidente socialista Sánchez, no sabemos si porque es socialista o porque se apellida Sánchez, pero en cualquier caso no la esperen.

Es probable que el president Ximo Puig aproveche la coyuntura para remodelar un gobierno que no solo no da más de sí, sino que nunca ha sido capaz de hacer nada más que estar al son de las olas. Este presupuesto es una muestra más de la inoperancia del mismo. Lo peor es que en un año importante para tratar de sortear la crisis que se nos avecina, Puig y los suyos ya están solamente centrados en preparar su próxima batalla electoral del 2022 o 2023.  No esperen que pierdan el tiempo en solucionar los problemas de los valencianos, aunque para algunos esa esperanza todavía no se ha perdido. Al final, el gobierno del Botanic se ha quedado como una película de Ozores pero sin chistes verdes ni mujeres ligeras de ropa.

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