(Publicado en ABC el 25/09/2015)
No pude evitar sonreír cuando un amigo me dijo: «Me siento con Compromíscomo el médico militar engañado por el chico de la moto». Se refería al chiste que contaba la historia de un joven, en los tiempos en los que el servicio militar era obligatorio, que consiguió librarse del mismo haciéndose pasar por una moto. Tras las pruebas y una vez le confirmaron que no era apto, en la puerta del hospital hizo el gesto de aparcar una moto. El médico le preguntó que hacía y el joven –con una amplia sonrisa– contestó que era para el próximo mozo que quisiera salvarse de la mili.
Mi amigo andaba mosqueado porque había depositado en las pasadas elecciones su voto en Compromís, quizá atraído por la locuaz Mónica Oltra o por la carita sonriente de los carteles, y no estaba demasiado de acuerdo con las primeras medidas impulsadas por sus dirigentes.
Le había disgustado la propuesta de hacer una comitiva tras la toma de posesión de la nueva corporación en Alicante bajo los sones de una marcha fúnebre en honor a los republicanos que abandonaron la ciudad al finalizar la guerra civil. El enfado fue in crescendo ante las medidas de algunos alcaldes de la coalición de esconder banderas españolas en los edificios oficiales e incluso atreverse a modificar el himno de la Comunidad Valenciana quitando esa frase que parece que les provoca urticaria de «per ofrenar noves glòries a Espanya».
Pero mi amigo estalló ante el anuncio del conseller de Educació Marzà de que la continuidad de la línea en castellano en los colegios no está garantizada en base a unos extraños criterios pedagógicos. Yo le dije que Compromís era una coalición de partidos con unas ideas (que no comparto pero respeto) acerca de la lengua y la identidad nacional. De hecho, la lengua era uno de los apartados con más acciones a tomar en el programa electoral de Alicante.
No le convencí, volvía a repetir que le daba la sensación de que la careta con la cara sonriente se la habían quitado al entrar en el gobierno de la Comunitat.