Curro Jiménez y la financiación de las universidades

Curro Jiménez y la financiación de las universidades

(Publicado el 16 de febrero de 2022 en Alicante Plaza)

El primer recuerdo que guardo de la famosa serie de televisión de los años setenta, “Curro Jiménez”, es que no me dejaron ver su estreno ante la aparición de los temibles dos rombos que marcaban la diferencia entre lo que era y no era apto para menores. Sí que la pude seguir con atención en las sucesivas reposiciones que tuvieron lugar. Recuerdo muchos de los episodios que narraban las aventuras de unos bandoleros en la España de la época napoleónica, pero guardo en mi memoria uno especialmente. En este episodio se narraba el curioso ofrecimiento, que harto de los continuos asaltos que sufrían, el gobernador realizaba al líder de los bandoleros, Curro Jiménez.  Este consistía en que se comprometía en darles una cantidad similar a la que ellos conseguían mediante los robos, pero sin que tuvieran que realizarlos. La justificación era muy sencilla, asumía que iba a ser robado igualmente, pero se evitaba todas las molestias y destrozos que le producían los atracos.

El bandolero acepta la proposición, que es bien aceptada inicialmente por todos los miembros de la banda, pero al poco tiempo se empiezan a producir los problemas. Y es que ante el aburrimiento de no tener nada que hacer, los bandoleros empiezan a beber más de la cuenta y a pelearse entre ellos. Y es que, como afirma el gobernador al descubrir su verdadera estrategia “la vida fácil arruina a los hombres”.

El filósofo Viktor Emil Frankl decía que “El hombre no necesita realmente vivir sin tensiones, sino esforzarse y luchar por una meta o una misión que le merezca la pena”. Da la sensación de que en los últimos años las universidades públicas han vivido sin esa meta o misión clara al no disponer de un modelo de financiación a largo plazo. La financiación que recibían por parte de la Generalitat estaba fijada temporalmente por unos parámetros del pasado que determinaban un suelo de tranquilidad.  Desafortunadamente, este modelo les impedía crecer si hacían las cosas bien y por otro lado ese concepto de temporalidad no les permitía embarcarse en proyectos a largo plazo. Sorprende el miedo que tiene el Consell a proponer un nuevo modelo de financiación que dé un necesario impulso a las universidades públicas valencianas. Lo retrasan una y otra vez, y se limitan a remitir a comités de expertos que algún día harán público su dictamen. Sinceramente, para mí lo grave es que no parecen comprender que es imprescindible un modelo de financiación de las universidades, que no solo dote de más medios, algo con lo que parecen conformarse los rectores, sino que los ligue a unos objetivos que permitan a nuestras universidades públicas ponerse a la vanguardia, fundamentalmente en conceptos que para mí deberían ser primordiales, como son la empleabilidad, la innovación y la transferencia de tecnología.

Para eso habría que ligar estos conceptos de forma notable al modelo de financiación de las universidades. Entiendo que es mucho más importante la empleabilidad que logran los egresados, que el número de los estudiantes que inician o finalizan un grado universitario.  Es curioso que cuando nombras la palabra “empleabilidad” junto a la de “objetivos”, provocas el mismo efecto en los responsables del tripartito que cuando Van Helsing entra con la cruz en el castillo del Conde Drácula. En la misma línea se encuentra cuando se plantea fijar objetivos de inversiones captadas y convenios de colaboración y transferencia universidad-empresa.

Y es que el modelo de financiación plurianual de las universidades que se debería aprobar en esta legislatura es una gran oportunidad para cambiar las cosas y para dar un impulso a las universidades públicas valencianas. Nuestras universidades cuentan ahora mismo con un capital humano de talento indudable que ha sido capaz de sobrevivir en tiempos difíciles y sortear con éxito todos los cambiantes modelos de acreditación universitaria. Ese capital humano sería un indudable pilar para ese esfuerzo común, pero se puede desperdiciar si no se fijan unos objetivos alineados con las necesidades de la sociedad valenciana.

Espero que algún día pongan en marcha ese modelo de financiación plurianual de las universidades públicas y no sea algo similar a lo que el gobernador le propuso a Curro Jiménez, “toma el dinero, pero no molestes”. A Viktor Frankl le fue de utilidad su política de objetivos para sobrevivir en los campos de concentración nazis, seguro que, a las universidades y a la sociedad valenciana también, y más todavía en estos tiempos tan cambiantes.

John Ford y la universidad perdida

El mundo cambia a una velocidad de vértigo y la universidad debe ayudar a adaptarnos a los cambios.

(Publicado en el diario Información el 16 de Octubre de 2018)

Un pelotón de soldados durante la primera guerra mundial marcha por el desierto de Mesopotamia con el objetivo de realizar una misión secreta que solo conoce el comandante que dirige el grupo. Desgraciadamente, unos bandidos asesinan al comandante, quedando  al pelotón en medio de un desierto sin conocer cuáles son sus objetivos y si éstos son más importantes que sobrevivir. Éste es el argumento de «la patrulla perdida», una de las primeras películas dirigidas por el gran John Ford.

Es curioso comprobar cómo evolucionan los personajes del film ante los nuevos retos que les van surgiendo. También cómo se incrementan las dudas, que si para afrentarlos, es mejor hacerlo de  forma individual o en equipo. Lo que parece pasar a segundo plano rápidamente es el objetivo real que les llevó a ese atolladero.

Salvando las distancias, la situación de los protagonistas me recordó a la de la universidad pública en el siglo XXI. Me preguntó constantemente cual es nuestra misión, si todos los miembros de la comunidad universitaria la tenemos clara y por supuesto si es la misma.

No podemos olvidar que la universidad pública mantiene su prestigio, por ejemplo, estudios como el que realizó recientemente la empresa Everis, pone de manifiesto que los empleadores siguen prefiriendo a los graduados en la universidad pública que a otro tipo de formaciones.

No obstante, cada vez aparecen más voces que lo ponen en duda. Es evidente que además de los escándalos de los máster y títulos de doctor del “todo a cien”, parece haberse agrandado la brecha entre lo que demandan las empresas y la formación que ofrecen las universidades. 

El mundo cambia a una velocidad de vértigo y la universidad debe ayudar a adaptarnos a los cambios, como también ha servido para reducir la brecha social entre los ciudadanos. Pero desgraciadamente a mí me da la sensación de que estamos en otras cosas. Los dirigentes educativos parecen haber olvidado la universidad, y en muchos casos, los dirigentes de ésta parecen conformarse con incrementar la financiación y  que no les pidan cuentas por su gestión.

Por otro lado, los nuevos modelos de contratación universitaria o de progreso dentro de la carrera docente han condenado al profesor a centrar todo su trabajo en publicar  muchos artículos de investigación en unas determinadas revistas de gestión privada. Lo que mide tus posibilidades no es la forma en la que impartes las clases, ni lo relevante de tu investigación, tan solo el número de publicaciones en dichas revistas seleccionadas. Publicaciones, que a veces cuestan entre ocho y doce meses, que a la velocidad que va el mundo el siglo XXI parecen siglos y que además suelen tener una difusión de la investigación mucho más reducida que otros modelos.

Esto me permite volver a la patrulla perdida, conlleva a que sobrevivir en el desierto lo debo resolver principalmente de forma individual, no importa lo que aprenden mis estudiantes sino el número de mis publicaciones. Además, no ha existido una correlación entre el brutal incremento de publicaciones de universitarios españoles en dichas revistas, con un incremento de caso de transferencia de conocimiento a la empresa.

Así, esa misión que escondía el comandante, parece limitarse a publicar artículos. Pero yo entiendo que deberíamos plantearnos otros objetivos, ya que no podemos consentir que exista una demanda de cientos de miles de puestos de trabajo específicos mientras se incrementa el número de graduados universitarios en paro o que realizan tareas por debajo de su formación. Pero, las reivindicaciones parecen ser otras: bajar precios de matrículas, dar más becas, incrementar el número de aprobados, facilitar que los estudiantes realicen dos grados y tres máster, pero nadie parece preocuparse por incrementar el índice de empleabilidad de los universitarios que finalizan sus estudios en cada universidad.

Pero para centrarnos en ese objetivo la queja habitual es doble. Por una parte, si los estudiantes son peor que los de antes, aunque yo no creo que exista ninguna nueva teoría darwiniana que justifique esto. Y la segunda, la famosa gobernanza universitaria que obliga a los rectores, o los que lo quieran ser, a depender de sus trabajadores.

Pero sin discutir estos aspectos, imagine usted que los criterios de financiación de las universidades públicas dependieran del grado  empleabilidad de los estudiantes que forman. Que los profesores más allá de nuestro trabajo individual haciendo artículos fuésemos valorados por el resultado de la formación que impartimos en equipo a nuestros estudiantes. Probablemente, todos los estamentos de la universidad se focalizarían en conocer las demandas de la sociedad y articularíamos mecanismos para adecuar nuestra formación rápidamente a dichas necesidades.

Pero para eso, deberíamos tener claro que ese es nuestro objetivo, ya que como decía Séneca, “ningún viento favorece al que no sabe dónde va”.