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(Publicado en el  Diario El Mundo el 29/12/2014)

El General Fernández Silvestre nunca llegó a la Bahía de Alhucemas en la famosa e infortunada ofensiva del ejército español que condujo al desastre de Annual. De la misma forma Sonia Castedo no ha conseguido superar la presión y ha abandonado su cetro de alcaldesa antes de lo que ella hubiese deseado.

Hace poco más de un año en un artículo de opinión (Castedo en Annual) que escribí en este diario vinculaba las figuras de ambos personajes. Cierto encanto,  altanería y un exceso de confianza en su suerte eran comunes en ambos.

El general Fernández Silvestre decidía en 1921 realizar la mayor ofensiva en la guerra de África con un ejército mal preparado y sin ninguna planificación razonable más allá  de la confianza en la fortuna que le había acompañado en campañas anteriores.

Por su parte, Castedo tenía también mucha confianza en su buena estrella que le había permitido encabezar las listas  del Partido Popular a la provincia de Alicante así como obtener el mejor resultado en su ciudad para su partido. Con una ciudad entregada, con su partido a sus pies y con una presumiblemente débil oposición podía haber desarrollado una estrategia razonable más allá del populismo y clientelismo que le había llevado a la cima.

En un escenario de crisis nacional la gran amenaza era la situación económica de las arcas del consistorio, prácticamente saqueadas en el mandato anterior en su afán de mantener un modelo clientelar que sólo fija resultados a corto plazo. Pero por otro lado, las posibilidades que tiene Alicante como ciudad eran su gran oportunidad, ya que en el fondo yo considero que su condición de ciudad turística de primer nivel nunca ha sido explotada lo suficiente, así como se había despreciado la posibilidad de facilitar la instalación de empresas pues sólo se había pensado en un modelo de pelotazo urbanístico.

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Castedo asumió las responsabilidades de Turismo o lo que desgraciadamente fue lo mismo, condenó al Turismo al ostracismo y a la  irrelevancia durante este mandato, al igual que otras áreas que podían haber dado cierta vida a la ciudad. Mientras tanto, en Atención Urbana se seguían dando las contratas al de siempre, haciéndose un pésimo seguimiento de las mismas. En la concejalía de Recursos Humanos fueron incapaces de definir una organización de  puestos de trabajo  acorde a las necesidades de los ciudadanos y sólo se han movido al compás de las presiones de determinados colectivos y siempre con el objetivo de mantener el modelo clientelar donde los jefes a dedo brillan por encima de los conceptos de mérito y capacidad.

En Urbanismo se mantenían aferrados a un Plan General de Ordenación Urbana bajo sospecha, en vez de asumir que ese plan está ahora en algún oscuro cajón de la Generalitat con nulas posibilidades de ser autorizado.

Si desde dentro de su equipo, Castedo no tenía soluciones, estas podrían venir desde fuera. El plan de competitividad de la ciudad, en el que participó prácticamente la totalidad de la sociedad civil, podría haber sido un buen diagnóstico del que extraer conclusiones. Pero las ganas de cobrar protagonismo de unos y los celos de otros, probablemente también de la propia Castedo, relegaron ese plan a un ninguneo interno y a una triste presentación en el que solo había un concejal del Partido Popular.

El desastre de gestión solo le hubiese conducido a Castedo a  no ganar las próximas elecciones, pero sus amistades peligrosas, las escuchas telefónicas y su situación judicial le han conducido a su fin.

Si Fernández Silvestre hubiese observado  los primeros reveses de su ofensiva con cierta inteligencia  posiblemente podría haber evitado el Desastre, lo mismo le ocurrió a Castedo. Siempre pensó que las terribles imputaciones de delitos iban a pasar por encima y su único empeño fue huir hacia adelante en una absurda marcha hacia el Valhalla, el enorme salón que según la mitología nórdica estaba reservado a los guerreros muertos en combate.

 

Dudo que les reserven un sitio allí, en el peor momento de la crisis, Fernández Silvestre se suicidó en vez de intentar organizar una retirada que hubiese salvado muchas vidas, Castedo, como máxima representante de la ciudad, en vez de despedirse de forma pública en un pleno y con rueda de prensa ha preferido hacerlo con un mensaje a través de las redes sociales. Y lo peor es que encima hay gente que justifica ese tipo de despedida tan poco institucional. En fin.

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