(Publicado en ABC el 7 de abril de 2025 )

Desconocemos si, tras superar a casi doscientos aspirantes en una empresa pública, Jesica —la amiga del exministro socialista Ábalos— sería capaz de aprobar el examen MIR que realizan los graduados en Medicina para acceder a una especialidad. En esta España donde el talento y el esfuerzo son cada vez más denostados frente a otras “virtudes”, no sería demasiado difícil imaginarlo.

Los estudiantes que cursan estudios de Medicina suelen obtener algunas de las notas más altas en bachillerato y en la EBAU. Muchos superan los trece puntos sobre un máximo de catorce. Desde algunos sectores de la izquierda se sugiere que no todos acceden por méritos, señalando a quienes —según dicen— “compran” su plaza en universidades privadas. Sin embargo, estas instituciones, debido a la alta demanda, también imponen requisitos exigentes. Además, tanto los estudiantes de universidades públicas como los de privadas deben enfrentarse al mismo examen MIR para optar a una plaza de especialidad. Quienes lo aprueban, afrontan al menos cuatro años más de formación especializada.

Estamos ante profesionales que, tras más de una década de formación, acceden al mercado laboral. No les falta trabajo, aunque las condiciones económicas y laborales distan de ser óptimas. Resulta curioso escuchar a la vicepresidenta del Gobierno, Yolanda Díaz, hablar de reducir la jornada laboral semanal, mientras se ignora la carga de trabajo que soportan los facultativos, incluidas las guardias.

En nuestro país, bajo el gobierno socialista, parece que se desprecia a las élites que formamos. En Europa están atentos, ya que les sale más barato fichar a nuestros médicos que formarlos ellos mismos. Además, las nuevas hornadas de médicos no tienen miedo a vivir y trabajar fuera de nuestro país. Las becas Erasmus, la movilidad y la evidente diferencia de condiciones están alimentando una preocupante fuga de talento.

Por si fuera poco, la ministra de Sanidad, Mónica García, pretende aprobar un nuevo estatuto marco para el personal sanitario que apenas distingue entre los distintos tipos de profesionales del sector. Si el paciente debe estar en el centro del sistema, el médico —por formación, responsabilidad y funciones— debería estar en el centro de ese servicio. Igual que el docente lo debería estar en el sistema educativo o el bombero en el de servicio de extinción de incendios.

Pero para ciertos sectores de la izquierda no parece ser así. Su propuesta de estatuto tiende a igualar a todos los profesionales sanitarios, limitando el desarrollo de la carrera profesional médica. Al mismo tiempo, aumentan las incompatibilidades con el ejercicio en la sanidad privada, sin reconocer las largas jornadas de trabajo ni su escasa recompensa. ¿A qué responden estas decisiones?

Durante la pasada legislatura en las Cortes Valencianas, pude comprobar como muchas de las medidas del gobierno autonómico de izquierdas iban en la línea de reducir la autoridad y los derechos de los médicos frente a otros profesionales del sistema sanitario. Tras una comisión, pregunté a un diputado por qué lo hacían. Me sonrió y respondió: “Es que los médicos son fachas”. Le señalé a otro miembro del tripartito, también médico. Se encogió de hombros y no dijo nada. Supongo que seguía aquella vieja consigna de Dolores Ibárruri: “Más vale condenar a cien inocentes que absolver a un solo culpable”.  O a lo mejor pensó que para los médicos podría ser peor, ya que en Cuba los cambian por petrolero venezolano.

Da igual. Si esta política continúa, cada vez será más difícil cubrir plazas en centros de salud y hospitales. Quizá entonces se recurra a otros perfiles profesionales con menos formación, resintiéndose el servicio inevitablemente. Tal vez incluso Jesica tenga entonces su oportunidad. Solo habría que convencerla de que, esta vez, sí vaya a trabajar.

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