“Parece mentira que dejéis morir a vuestros hermanos, a un puñado de españoles que han sabido sacrificarse delante de vosotros”. Esa frase la podrían haber dicho muchos de nuestros mayores abandonados durante la peor pandemia que ha sufrido España en las últimas décadas. En realidad, forma parte de uno de los últimos comunicados del comandante Julio Benítez en Igueriben, antes de que aquella posición fuese arrasada por las tropas rifeñas en 1921.

Igueriben era la punta de lanza del plan del general Manuel Fernández Silvestre para pacificar el protectorado español de Marruecos. Pero Igueriben fue un desastre de planificación debido a su mala ubicación y a que no disponía de acceso a fuentes de agua. Cuando los rifeños iniciaron su ataque, nadie pudo ayudar a los desdichados, pero valientes defensores de la población, ya que nadie había previsto que aquello podía suceder.

Un siglo más tarde, el enemigo es otro, un terrible virus que tiene una terrible incidencia sobre todo en nuestros mayores. Ellos fueron los grandes sacrificados en la primera oleada, abandonados sin que nadie dotara ni de suficientes medios a las residencias, ni que se organizaran unos protocolos adecuados que los protegieran. La asociación Médicos sin Fronteras ha realizado un informe sobre lo sucedido al que ha dado por título “Poco, tarde y mal. El inaceptable desamparo de los mayores durante la COVID-19 en España”, como diría un fiscal “No hay más preguntas señoría”.

Pero han pasado unos meses ya desde aquella primera oleada, donde se priorizó la asistencia en hospitales, pero se abandonó a los mayores en las residencias.  Se ha aprendido mucho, aunque sea a costa de mucho dolor. Sería imperdonable cometer otra vez los mismos errores, pero dada la incapacidad de algunos de los que toman las decisiones, corremos el riesgo de hacerlo. Nadie podría imaginar a un general en aquella guerra del Rif volviendo a construir una fortificación como la de Igueriben.  Tampoco podríamos pensar que los responsables políticos del Botànic y del gobierno central no hubiesen empezado a planificar los protocolos, y a hacer acopio de medios pensando en la llegada de una posible nueva ola de contagios. Desgraciadamente no ha sido así, dio la sensación de que como se hablaba de que hasta octubre no había nada que temer, se prefirió tomar las cosas con tanta calma que parecía que no se hacía nada. La vicepresidenta Mónica Oltra desaparecida durante la primera ola, volvió a la actividad, pero no para planificar acciones sino para intentar buscar culpables entre los “malvados fondos buitre” que son propietarios de algunas residencias de mayores.  Pero el caprichoso virus no ha decidido esperar a octubre y ha vuelto, o quizás no se había ido. La Conselleria que ¿dirige? la señora Oltra ha iniciado un febril proceso de resoluciones, propuestas de sanciones, protocolos imposibles que ha tenido que rectificar o cancelar en tiempo récord, algunos de ellos porque ha sido desautorizada directamente por las propuestas del ministro Illa. Es imprescindible realizar acciones urgentes para intentar impedir que la Covid-19 cause otra vez un elevado número de muertos en los centros para mayores. Pero esas acciones no se pueden ejecutar con éxito si no se consulta al sector en vez de criminalizarlo. Son los que más saben, ya que lo han sufrido en sus propias carnes.

La gallardía de Fernández-Silvestre no sirvió en Annual, al igual que las camisetas con eslóganes imaginativos tampoco son útiles en estos momentos. 

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