Nada más pronunciar el presidente de la mesa de las Cortes Valencianas, Enric Morera, el resultado de la votación, el entonces conseller de Hacienda, Vicent Soler, se levantó exultante, mostrando con los dedos el número de presupuestos que el Botànic había conseguido aprobar. Un atronador aplauso de los diputados del tripartito incrementó aún más el éxtasis, hasta el punto que pensé que en cualquier momento el conseller iba a saltar al hemiciclo como si fuese un jugador de fútbol tras marcar un gol, dar una vuelta corriendo, y luego arrodillarse frente al president Ximo Puig mientras se besaba la chapita de la Agenda 2030.
Así sucedía año tras año con la aprobación de los presupuestos del Botànic. Sorprendía el entusiasmo, habida cuenta de que el gobierno contaba con mayoría suficiente para sacarlos adelante sin más tensión que la habitual extorsión en el último momento —yo diría pactada— de la entonces vicepresidenta Mónica Oltra, que reclamaba más dinero para su conselleria. Mientras tanto, los diputados de Podemos se juramentaban cada año para apuntarse a un curso de contabilidad presupuestaria, con el objetivo de tratar de entender, al menos al año siguiente, esa maraña de números.
Siempre he entendido que un presupuesto es la hoja de ruta anual de cada equipo de gobierno, y que marca, fundamentalmente, qué se va a hacer durante el año y cómo se va a financiar. Además, su aprobación demuestra estabilidad política y refuerza al ejecutivo. El Botànic no tuvo problemas destacables durante su legislatura, como tampoco ha tenido el actual gobierno del PP-Vox para aprobar el suyo en su primer año. Sin embargo, el presupuesto recientemente aprobado en las Cortes Valencianas sí presentaba cierta incertidumbre, debido a la situación de minoría en la que se encuentra el gobierno de Carlos Mazón. Faltaba por ver cuál iba a ser el comportamiento de Vox y, como apuntaban algunos, las ganas de ciertos sectores del PP de forzar un relevo de Mazón si los presupuestos no salían adelante.
Pero, más allá del trabajo serio y discreto de la consellera de Hacienda, Ruth Merino, ha habido una complicidad necesaria en el actual contexto post-DANA. Los dos partidos de la derecha valenciana pactaron unos presupuestos que atendieron algunas reivindicaciones de Vox. Algunas de esas propuestas han molestado a ciertas entidades de izquierdas, que parecen incómodas con la idea de que la derecha no las financie, y que ahora tendrán más difícil organizar manifestaciones y actos contra esa misma derecha. Lo curioso es que haya tenido que ser otro partido el que obligue al PP a empezar a deshacerse de sus complejos eternos.
Esta aprobación ha llevado al presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, a pedir al resto de sus dirigentes autonómicos sin mayoría absoluta que pacten sus presupuestos con Vox, no fuera que terminaran cesando al único presidente que los tenía aprobados.
Porque la batalla se ha trasladado al terreno del asedio político que el presidente socialista Pedro Sánchez parece aplicar sobre nuestra comunidad. Su objetivo parece ser estrangularla económica y financieramente, olvidando todas sus promesas de apoyo económico tras la DANA. Fielmente acompañadas por sus lugartenientes Diana Morant y Pilar Bernabé —como si fueran el malvado Conde Baltar traicionando a los humanos en Galáctica—, se han dedicado a propagar la idea de que el Gobierno central sí enviaba fondos a la Comunitat Valenciana, pero que el gobierno de Mazón los ocultaba. Todo ello fue desmentido por la consellera Merino, que trató de desmontar lo que calificó de bulo.
Obviamente, no tengo datos que me permitan poner la mano en el fuego por unos u otros, pero, tras el comportamiento de algunos ministros de Sánchez, cada vez quedan menos dudas. Si a eso le sumamos el “despiste” de Pilar Bernabé, que pretendía hacernos creer que tenía dos títulos que en realidad no tenía, las dudas se disipan aún más. El problema de mentir no radica tanto en la importancia de la mentira en sí, sino en que es muy difícil recuperar la confianza en el que te ha tratado de engañar.
Lo que sí parece claro es que este no ha sido el último presupuesto aprobado por un gobierno del PP en minoría. Falta por ver si ha sido el último de Mazón. Es cierto que, con los presupuestos aprobados, Mazón respira y se cuelga una pequeña medalla… que probablemente no le va a servir. O sí. ¿Quién sabe cómo funciona esto de la política?