“Están pintando tíos en pelotas y nosotros estudiando el Manglano”, me comentó un compañero mientras pasábamos junto a un aula con la puerta entreabierta. Lo del Manglano se refería al famoso libro de Física del profesor Manglano, catedrático de la Universidad Politécnica de Valencia, utilizado durante años en las asignaturas de primero de muchas ingenierías.

Los que pintaban “tíos en pelotas” eran los estudiantes de Bellas Artes, con quienes los de Informática compartimos, durante algún tiempo, edificios en esa universidad. La dificultad siempre es relativa: yo, al final, pude superar lo del Manglano, pero jamás habría sido capaz de dibujar algo mínimamente parecido a la realidad.

Esos recuerdos de mis primeros años universitarios han vuelto a raíz del pequeño escándalo desatado por una exposición de trabajos de estudiantes de Bellas Artes. En uno de ellos aparecía el presidente de la Generalitat, Carlos Mazón, representado como un presidiario, sosteniendo un cartel con el número de víctimas de la DANA.

Se ha generado cierta tensión entre el gobierno de la Generalitat y el rectorado de una universidad que, históricamente, ha sido muy pragmática e inteligente en su relación con el poder. Desde el gobierno, seguramente se preguntaban si un cartel que criticara a alguien de izquierdas habría ocupado un lugar tan destacado en la muestra.

No hay que olvidar que, justa o injustamente, el presidente Mazón se ha convertido en el villano por excelencia del triste episodio de la DANA. Pero, curiosamente, un cartel dentro de una universidad parece más relevante que una pancarta en una manifestación callejera.

Y es que las universidades, por su mezcla de ciencia y pensamiento, otorgan un valor simbólico a todo lo que ocurre en su seno. Los políticos lo saben, y por eso buscan acercarse a ellas para reforzar su imagen pública. No es raro verlos acompañados de académicos afines que respaldan sus propuestas políticas. “Si la ciencia me respalda, tengo razón”, suelen decir. Aunque olvidan que también hay científicos que las rechazan.

Tampoco se puede obviar que la financiación de ciertos proyectos y cátedras termina, en ocasiones, por condicionar algunas voluntades.

En una sociedad como la española, donde la universidad goza de un prestigio elevado, los políticos no dudan en presumir de su vinculación con ella. Por eso se entiende el enfado del gobierno de Mazón ante el famoso cartel o el recibimiento que tuvo en la toma de posesión del rector de la UPV. Y es que, la izquierda si algo sabe hacer, es organizar protestas en espacios simbólicos como las universidades.

Paradójicamente, esa conexión con el mundo académico está resultando contraproducente para el presidente Sánchez. Cuesta entender su ataque a la universidad privada cuando él mismo estudió en una de ellas y defendió una tesis doctoral que ha sido cuestionada por posible plagio.

El empeño de su esposa por conseguir una cátedra en la Universidad Complutense podría acabar llevándola al banquillo. Tampoco conviene olvidar el “desliz” de Pilar Bernabé, delegada del Gobierno en la Comunidad Valenciana, cuyo currículum indicaba que tenía dos títulos universitarios… que en realidad nunca obtuvo.

El acto que quizá mejor simboliza la relación de cierta izquierda con el conocimiento es el de la candidata propuesta por el PSOE para el Consejo de Seguridad Nuclear. Preguntada por su falta de experiencia, respondió con desparpajo: “Tener demasiados conocimientos también puede ser contraproducente en materia de seguridad nuclear.”

Una frase que recuerda tristemente al “¡Muera la inteligencia!” de Millán Astray en la Universidad de Salamanca. Luego nos preguntamos por qué se produjo un apagón en todo el país hace unos días.

En una Comunidad como la nuestra, donde la crítica feroz a los políticos se expresa sin complejos en fallas y hogueras, no deberíamos sobresaltarnos por una exposición en Bellas Artes. Obviamente, no se le puede pedir al rector que retire un cartel crítico con el gobierno, pero sí se le puede exigir que defienda una universidad plural, donde se escuchen todas las voces.

Porque las universidades deben ser algo más que ciencia: deben ser también espacios de pensamiento libre, resistencia y debate. Y lo cierto es que, hoy en día, los políticos conservadores o quienes defienden lo español lo tienen cada vez más difícil para hablar en muchas de ellas. No debemos olvidar que una universidad que pierde su libertad deja de ser un templo del conocimiento y se convierte, simplemente, en un escenario.

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