Publicado en el Abc el 7 de marzo de 2024


Ada Lovelace da nombre a una de las salas de la Escuela Politécnica Superior de la
Universidad de Alicante. Ada Lovelace fue la única hija legítima del poeta Lord Byron.
Lo tuvo difícil desde el momento de su nacimiento, ya que su padre se sintió
profundamente decepcionado de que ella no fuese un varón. Al poco tiempo, Byron se
separó de su mujer, aunque esta obtuvo la custodia legal de su hija, algo curioso en
unos tiempos en los que la ley primaba siempre al varón. Ada aprovechó su posición
social y su enorme talento matemático para relacionarse y para aprender de los
mejores científicos de la época. Uno de ellos fue Charles Babbage, considerado padre
de los computadores, ya que diseñó una calculadora mecánica sobre la base de lo que
son hoy. Ada y Charles mantuvieron una amistad que duró toda la vida, y las
propuestas de Ada estimularon el talento de Babbage en unos años donde la
automatización de los trabajos mecánicos era un objetivo fundamental. Algunos
afirman que Ada fue la primera en construir un algoritmo informático, pero lo que sí
que parece asegurado es que fue la primera en ver que aquellas calculadoras podían
ir mucho más allá del simple cálculo de funciones numéricas. El departamento de
defensa de los Estados Unidos dio su nombre a uno de los más populares lenguajes
de programación de los 80, el Ada. Recuerdo que cuando estudie Ingeniería
Informática, en los tiempos del pleistoceno, el profesor que detallaba la historia de los
lenguajes de programación, al llegar al Ada dijo que su nombre se debía a la amante
de Charles Babbage. ¡Qué cosas!
Byron, tras abandonar a Ada y a su hija, siguió su vida y al siguiente verano acudió a
la Villa Diodati, a orillas del lago Lemán en Suiza. En la villa coincidió con el
reconocido poeta Percy Shelley. Aquel verano fue especialmente frio debido a la
erupción de un volcán y los jóvenes talentos tuvieron que encerrarse en la villa más de
lo deseado. En una de esas noches Byron propuso que cada uno de los asistentes a la
cena escribiese un relato de terror. Cualquiera podría pensar que el talento de Byron o
Shelley les iba a permitir imponerse a cualquier idea de los que le acompañaban. No
fue así, ya que la joven mujer de Percy, Mary, escribió un relato que se ha convertido
en todo un clásico de las historias de terror de todos los tiempos, Frankenstein.
Pensé en estas dos mujeres al finalizar una clase precisamente en la sala Ada
Lovelace. Mujeres que sobresalieron a pesar de las dificultades de una época en la
que no existían las cuotas, sino más bien todo lo contrario. Siempre imaginé la cara de
sorpresa de Byron y Shelley al comprobar que el talento de una joven les había
superado aquella noche. Muy probablemente no sospechaban que los ecos de
Frankenstein iban a llegar a la cultura popular mucho más allá que sus preciosos
poemas.
Al recordar estas historias del pasado y comprobar el nivel de las mujeres más
poderosas del Estado en tu presente, te asustas. Ver a la tercera autoridad del Estado,
Francina Armengol, balbuceando, incapaz de explicar mínimamente su infame gestión
de la compra de mascarillas a una trama presuntamente corrupta, da pena. Pero la
vicepresidenta del gobierno no la mejora mucho cuando se contradice en menos de un
minuto tratando de explicar porque está en contra de la corrupción, pero ve adecuado
amnistiar a los que la cometieron. En ocasiones me pregunto en el mundo actual de
cuotas por sexo, si en la izquierda no hay nadie mejor. Quizás puede ser también que
el presidente Pedro Sánchez no quiera quedarse tan sorprendido como Byron y
Shelley al descubrir que su talento se opaca ante el de una mujer.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *