Matar al líder

Para llegar al poder, los mediocres suelen apoyarse en gente más preparada, de los que prescinden cuando ya no los consideran necesarios. Desgraciadamente para los mediocres su ansia en mantenerse en el poder, intentando evitar que se denote claramente su incapacidad, les puede hacer cometer errores importantes. Algo así le pasó al emperador Valentiniano III, cuando en los últimos años del Imperio Romano, pensó que ya no necesitaba a Flavio Aecio, su más competente general, y lo asesinó. Aecio, precedido en la defensa del imperio por jefes militares incompetentes, fue el primero en mucho tiempo capaz de organizar las tropas ante los innumerables peligros que acechaban al imperio. Su mayor éxito fue detener a Atila, rey de los hunos, en los campos Cataláunicos. Cuando poco después, Atila moría, Valentiniano ante el temor de verse desplazado por la popularidad de Aecio, decidió asesinarlo de forma cobarde.

Durante toda su historia, la humanidad ha venido marcada notablemente por la existencia de líderes en un lugar u otro. En nuestro tiempo, existen sociedades que han dado cabida al liderazgo en todos los niveles, con resultados altamente positivos. En otras, se ha olvidado potenciar estas competencias en pos de una sociedad más igualitaria pero no por ello más justa. Un líder es aquel que tiene capacidad de entender su entorno exterior y por otro lado conocer las capacidades y carencias de los que te rodean para emprender nuevos proyectos y cumplir sus sueños. Los líderes capaces suelen rodearse de equipos preparados que le permitan tener éxito en sus proyectos. Hay quien dice que una de las formas de diferenciar a un buen líder de un mediocre es el equipo en el que se apoya. Los segundos, como la pasaba a Valentiniano, nunca podrán soportar ser inferiores a ningún miembro de su equipo, y les encanta rodearse de gente que le aplauda y alabe por cualquier cosa.

Hay mucha literatura acerca de si los líderes se nacen o se hacen, y obviamente muchas escuelas de negocio apuestan por la segunda opción. Probablemente haya algo innato sobre las capacidades de liderazgo de cada persona, pero también es cierto que todo se puede entrenar y mejorar.

Lo que es cierto, es que los buenos líderes tienen una importancia vital en momentos de crisis, y también lo es, que son el blanco preferencial de sus rivales. En la Edad Media uno de los objetivos era matar al rey enemigo para desmoralizar a sus tropas. Por ejemplo, así acabó sus días en la batalla de Muret al rey Pedro II de Aragón, padre del Rey Jaime I el conquistador. Así el líder de un grupo asume en cierta forma el rol del rey de ajedrez por lo imprescindible que es su existencia para la supervivencia del equipo. En política, ser líder implica inevitablemente ser blanco de feroces críticas de tus rivales y mucho más terribles por parte de los enemigos dentro de tu partido. Curiosamente recibir esas críticas suele ser mejor aceptado que la indiferencia, ya que como apuntaba el poeta Rubén Darío “Si los perros ladran, Sancho, es señal que cabalgamos”. 

Nunca es bueno prescindir de las personas competentes, sino que es imprescindible rodearse de los mejores. No pensó así el emperador Valentiniano y tuvo un triste final, ya que acabó asesinado por orden de otro mediocre con ansías de poder. Estas luchas internas abrieron la puerta a que los vándalos saquearan Roma.  Y es que como dijo uno de sus consejeros a Valentiniano tras el asesinato de Aecio, “Si has hecho bien o no, yo no lo sé, pero sí sé que has cortado la mano derecha con la izquierda”.

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