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(Publicado en el Mundo el 15/03/13)

Nunca sabremos como hubiese sido considerado el príncipe Próspero por sus súbditos en el caso de no haber tenido que enfrentarse a una dramática situación como era la de una mortal epidemia.  La mayoría de gobernantes que son recordados, son los que superan con éxito adversidades notables. No es el caso del Príncipe Próspero, cuya historia nacida de la mente del escritor Edgar Allan Poe, narra las actuaciones de un gobernante atrevido y sagaz ante una situación desesperada.

 

Ante la inminente llegada de la epidemia, conocida como la muerte roja, el príncipe decide convocar a sus amigos a una abadía fortificada, a la que se blinda  para imposibilitar la salida y la entrada de personas. Antes del cierre final de las puertas, el príncipe dispuso del abastecimiento suficiente para sobrevivir a la epidemia, así como planificó la celebración de fiestas para que el aburrimiento no consiguiera desmoralizar a sus cortesanos.

 

Cuando hace algún tiempo, leí la máscara de  la muerte roja,  escrita hace un par de siglos y que narraba una historia medieval no fui capaz  de comprender del todo su sentido.  Yo me preguntaba el porqué el príncipe no había sido más ambicioso y generoso  y había construido un muro que protegiera a todos sus ciudadanos. Ahora lo entiendo, eso era un proyecto muy difícil  y los gobernantes deben tener una  generosidad y una capacidad de gestión que no todos los gobernantes tienen. Lo más fácil es guardar tu hacienda y la de los tuyos.  

 

Ante la llegada de la crisis, nuestros gobernantes socialistas y populares no planearon acciones para evitar que sus devastadores  efectos afectaran a la población, sino que muros lo suficientemente altos y espesos para evitar sólo que la crisis no afectara a unos pocos elegidos. Se han creado empresas públicas, instituciones duplicadas, con innumerables cargos de libre disposición ocupados por gente que no debía mostrar su capacidad sino su amistad con los príncipes del momento.

 

Parece que planean acciones para ahorrar como la de suprimir empresas públicas o disminuir el número de concejales o diputados, cuando en realidad lo que pretenden es seguir viviendo cómodamente en el castillo. Valga  el ejemplo de lo ocurrido en Alicante con la disolución de concejalías y gerencias, los miembros de estas elegidos sin oposición no han sido no han sido expulsados del castillo sino que han sido reubicados en otras dependencias, todo ello con la mirada impertérrita de algunos sindicatos que hablan de igualdad, mérito y capacidad , pero que, a saber porqué, han mirado hacia otro lado cuando estos trabajadores han pasado por encima de los derechos de otros funcionarios o ciudadanos que habían aprobado oposiciones en el Ayuntamiento.

 

 

Los capítulos finales vividos en Alicante han sido las  resoluciones de contratas de limpieza de colegios primero y la de recogida y tratamiento de residuos en segundo lugar. La primera marcó claramente que ningún ciudadano de fuera del castillo iba a poder optar a ser el adjudicatario aunque hubo algunos que así lo intentaron.  Visto dicha resolución, y por supuesto, vistas las condiciones del pliego ya nadie de fuera perdió un minuto en intentar atravesar los muros del castillo e intentar optar a la contrata del siglo en Alicante.

 

Es probable que todos los príncipes Próspero que nos gobiernan no tengan maldad contra los ciudadanos que viven fuera del castillo, pero prefieren pensar en los cortesanos amigos, en la fiesta interna, en fingir no ver la epidemia extramuros, en poner cara de pocos amigos cuando se les recuerda la no puesta en marcha de la línea 2 del tranvía o de centros de salud en algunos barrios que no disponen de los mismos, en poner cara de disgusto cuando farmacéuticos, autónomos, dependientes, profesores y tantos otros les recuerdan sus compromisos. Quizá por eso también toleran mal las críticas de algún residente del castillo, que en su caso pueden ser expulsados  y sino que se lo digan al anterior interventor del Ayuntamiento de Alicante.

 

Volviendo al relato original de Poe, como no podía ser de otra manera, seas príncipe o campesino, todos al final tiene lo que merecen, y en el epílogo de la obra, el  Príncipe Próspero tiene un encuentro final con la Muerte Roja de lo más poético y siniestro que merece ser leído.

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