(Publicado en el diario la verdad el 5/09/14)
“Es mi opinión que ningunos quince mil hombres alguna vez organizados para un combate, jamás tomarían esa posición.» El general confederado Robert E. Lee miró con desdén a su lugarteniente el General Longstreet que le acababa de decir aquella opinión y a pesar de ello le ordenó organizar los preparativos del ataque. Es Julio de 1863 y la más famosa, y posiblemente decisiva, acción de la guerra civil estadounidense iba a tener lugar.
La batalla de Gettysburg había comenzado un par de días antes, y el General Lee había decidido cambiar el signo de empate que se estaba produciendo con una acción desesperada, sin el estudio previo razonable de los medios de los que disponía ni mucho menos los del contrincante.
Durante una comida en un congreso celebrado en la Universidad de Alicante, recuerdo que fue un profesor norteamericano, paisano del general Longstreet, el que ponía como ejemplo que ante situaciones desesperadas o al menos muy complicadas se debía recurrir si cabe con más ímpetu al sentido común que a las decisiones precipitadas y demagógicas.
En aquel tercer día de Gettysburg, el general Lee prefirió cambiar toda la estrategia que le había funcionado hasta ahora en los primeros años de la guerra por la que precisamente habían utilizado sus adversarios con funestos resultados.
En una situación actual, con una crisis galopante y con un deterioro notable de las condiciones de vida para muchas familias, parece que está calando de manera notable el mensaje de Pablo Iglesias y su Podemos. No son propuestas nuevas, son similares a las que ya han tenido su correspondiente eco en el resto de Europa, como las realizadas por Grillo en Italia, Le Pen en Francia, el UKIP en Gran Bretaña o Syriza en Grecia. La base fundamental es el intento de derribo de unas instituciones, que yo considero que nos han dado una razonable estabilidad en estos últimos años.
Pero para mí, el problema no son las instituciones, sino la forma en la que la han gestionado los dos partidos mayoritarios en España, Partido Popular y Partido Socialista. Ambos simplemente han esperado los errores del otro para hacerse con el poder en vez de suponer un cambio. Por otro lado, en los lugares donde apenas ha habido alternancia en el poder, casos como ciudad de Alicante, Comunidad Valenciana o Andaluza se ha generado un sentimiento de identidad de las instituciones con los partidos que les ha hecho pensar a más de uno que eran su casa y que podían actuar con los medios públicos con total impunidad. Lo malo no han sido los casos de corrupción que han proliferado en estos casos, lo peor ha sido la falta de respuesta de los partidos ante las corruptelas de sus afiliados y gobernantes, donde tanto Populares como Socialistas se han dedicado más en ver la paja en el ojo del otro más que la viga en el suyo propio.
En Alicante, por ejemplo, es difícil que el gobierno municipal se decida a actuar contra la técnico municipal que parecía negociar favores con un empresario de la ciudad. El motivo es que estas negociaciones han sido destapadas por las escuchas policiales. Si se toman medidas razonables ante las escuchas telefónicas contra una técnico, obviamente se debería hacer lo mismo contra los miembros del equipo de gobierno municipal por el mismo motivo. Probablemente se dé la callada por respuesta, y no parece que ni desde el gobierno autonómico ni desde el nacional puedan dar mucho ejemplo, ya que alguien podría recordarles los casos valencianos o los intercambios de mensajes entre Bárcenas y Rajoy.
¿Es necesario acabar con las instituciones para acabar con la corrupción? Yo considero que no, simplemente aplicando el sentido común, la honestidad, la preparación, la experiencia y otras cualidades se puede devolver las instituciones donde siempre debieron estar. También es imprescindible ser intolerantes contra la corrupción, no simplemente dando mensajes sino actuando.
Si no se actúa así, acabaremos con modelos bolivarianos que han demostrado su escaso éxito donde se han aplicado, dejando a los ricos en su estatus original y eliminando barreras entre clase baja y media, machacando a esta última en vez de mejorar las opciones de la primera.
En Gettysburg, Lee decidió olvidar el sentido común y mandó a lo mejor de sus tropas al mando del General Pickett a campo abierto hacia las bien pertrechadas y organizadas posiciones del ejército de la Unión. Horas más tarde el General asumió el error de su acción, pero de nada sirvió a cerca de siete mil de sus hombres que fueron aniquilados.